— Le agarraste rápido la onda a esto. — dije viendo cómo Ovidio imprimía unas facturas para "usarlas".
— Es más fácil de lo que parece, carnal.
— Entonces por qué el Iván siempre está estresado y emputado.
— Ha de ser géminis. — reímos — Nah, pues ya sabes que le gusta hacerse el misterioso; aunque sí es un poco diferente la gaso que el restaurante.
— Creo que prefiero seguir solamente en el trueque.
— ¿Y luego como piensas limpiar tus ingresos?
— La familia de Sofía me ayuda. — confesé — Aunque creo que si debería buscar otras opciones. Ese viejillo ya quiere subir el porcentaje.
— De perdida tantito respeto por tu suegro, wey.
— Ya ni me digas. — me quejé entre dientes.
Con mis pies me aventé al otro lado para asomarme a la ventana. A comparación del restaurante, la oficina de la gasolinera era más pequeña así que casi no había espacio entre tanta mesa con carpetas y registradores.
Hubo un buen lapso de tiempo que me disocié de la realidad, dejando a Ovidio hablar solo como loquito. Es que a mí mente venía Mariana, pero tampoco podía pensarla y al mismo tiempo, también Sofía.
Ese tema se empezaba a sentir como una espinilla en el codo.
Tenía que encontrar la manera de esquivarla seguido, pero también sin que sospechara algo.
— ¡Chuy! — golpeó la mesa con su mano haciéndome voltear — ¿Qué traes, pues?
¿Sería bueno decirle? Es que, Ovidio es bien chismoso.
— Carnal, ¿Te puedo confiar algo? — pregunté.
— ¿Qué? — dijo dejando retirando los documento que estaba frente de él y dejando la pluma encima de ellos.
Reí al notar su interés. Si yo conocía a mi gente.
— Es que... — ya me arrepentí, mejor a medias — Es que Sofía anda medio insoportable últimamente, y...
— ¿Está embarazada?
¿Qué?
— No. — arrugué mi cara — O sea, quiero tomarme unos días yo sólo. Vacacionar pues.
— Pero, ¿Qué apenas no había vuelto de un viaje? Estuviste sólo, ¿No?
— Sip, peero fue diferente. — me miró sin entender — O sea, quiero darle algo de espacio. Supongo que está así por lo de la boda y eso.
Ajá.
— Puede ser. — asintió ladeando su cabeza a los lados — Entonces, ¿Qué tienes en mente?
— Me voy a mi rancho. Un fin de semana, de perdido.
— ¿A dónde? ¿A San Jesús? — empezó a carcajearse.
Hace años atrás, cuando compré mi primer rancho estaba tan emocionado que hasta le había puesto nombre, así como también a mi primer coche. Conforme pasaron los meses y años, quise "cambiarle" el nombre, pero siempre me echaban carrilla con San Jesús que así se quedó.
Lo fueron olvidando poco a poco, pues después compré algunas casas y otros ranchos y dejé de frecuentar las visitas con la familia ahí; porque, de hecho ese rancho es tan especial para mí que sólo mi familia más cercana ha entrado ahí. Ni Sofía, ni amigos, mucho menos negociantes los he llevado ahí. Y ni pienso hacerlo