Capítulo N° 11 | parte 2

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Me desperté en la madrugada por los ladridos de los perros y abrí los ojos, sobresaltado. Se oía ruido en el jardín, las voces de algunos hombres, así que moví a Emily para despertarla.

—Emily, despierta —dije y ella parpadeó un poco antes de mirarme fijo.

Se sentó de repente, igual de sobresaltada que yo al oír los ladridos y las voces. Yo me asusté, creyendo que quizá podría ser la familia de Bill, sin embargo Emily tomó su teléfono y se fijó la fecha.

—Ay, no, lo olvidé —dijo y me miró—. Lo olvidé.

Se oyó la puerta de entrada, el sonido de voces y alguien tropezando con todo.

—¿Qué olvidaste?

—Ya es su cumpleaños —se lamentó—. Lo olvidé...

—¿Emily, eres tú? —dijo la voz de un hombre, uno que yo no conocía, así que me puse de pie.

—Sí, tío Marlon, soy yo.

La tomé del brazo para evitar que fuera hacia la cocina, sin embargo ella me sonrió para tranquilizarme y fuimos juntos hacia allí.

Un hombre rubio de cabello largo sostenía con dificultad a un desastroso, ebrio y desaliñado Bill que no podía siquiera mantenerse en pie.

—Tú debes ser el chico del que habla Bill —dijo con una sonrisa—. Te daría la mano pero este idiota se rompería la boca contra el piso.

—¿Qué le pasó? —pregunté con preocupación y miré a Emily—. ¿Es por su pelea?

—Emily, ya sabes que justo en esta fecha no debes pelear con él —la regañó el rubio.

—Lo olvidé...

—Debo irme, ¿puedo encargárselos? Prometí que regresaría a las tres, y si llego tarde dormiré en el pórtico.

Me acerqué para sostener a Bill, era realmente pesado y mascullaba frases inentendibles. Emily conversó un poco con el amigo de Bill mientras que yo intentaba llevarlo a la habitación. Abrí la puerta con dificultad, no era la primera vez que transportaba un borracho, pero sí la primera donde pesaba tanto.

Encendí la luz de la habitación, era bonita, con una gran cama matrimonial frente a un tocador, con un placard empotrado a un lado. Me abrí paso allí, haciendo a un lado la ropa que estaba por el suelo, y senté a Bill en la cama antes de incitarlo a recostarse.

Emily apareció allí justo para ver, al igual que yo –que intentaba quitarle las botas– cómo Bill tocaba con su mano la cama, a su lado, como si estuviese buscando algo.

—Lo siento, Bill —dijo Emily con voz triste.

—Cada día... —comenzó a decir él y su voz se quebró, comenzó a llorar con un gesto tan adolorido que tuve que apretar los labios cuando lo vi aferrar con fuerza la almohada a su lado—. Cada día estiro mi mano para abrazarla y... recuerdo que ya no está. Sam, mi Sam. Mi Sammy.

Pequeños sorbos de téDonde viven las historias. Descúbrelo ahora