Había pasado poco más de un mes desde el comienzo del nuevo año, faltaba poco para el día de San Valentín, por lo tanto faltaba poco para mi cumpleaños también. Diecinueve años, cumpliría diecinueve años y aún no había hecho nada de mi vida. Qué miserable y patética existencia la mía...
Durante ese tiempo lo pasé muy bien en compañía de Alex y Chrissy, sin embargo debo decir que pasé más tiempo en compañía de ella que de él, debido a que Alex siempre tenía algo importante que hacer. Solía desaparecer unos días donde apenas si respondía mis mensajes, pero luego de unos días dejé de molestarlo, supuse que se divertía con algunas chicas y no quedaba bien que yo le interrumpiera su momento.
Me habían vuelto a llamar de ese molesto y horrible trabajo de bachero, así que al menos tres veces por semana me encontraba en ese restaurante de mala muerte fregando platos por unos míseros billetes. El lugar era un asco y nunca entendí por qué tenía tanta clientela, si ellos vieran cómo se preparaba la comida o la mugre que se podía ver en todas partes, con cucarachas y ratas incluidas, jamás comerían en ese asqueroso lugar. Pero fue lo único que pude conseguir a medio tiempo para poder estar en casa y prepararle la comida a mamá.
A Eric lo veía poco debido a sus estudios y a que salía con su grupo de amistad de la universidad, pero a veces venía a casa a verme, bebíamos unas cervezas y a veces hasta nos fumábamos un porro juntos. No hablábamos gran cosa, nuestras conversaciones solían basarse siempre en lo mismo, eran monótonas pero, de alguna forma, entretenidas. No me molestaba hablar de lo mismo con Eric una y otra vez. Sin embargo, me sorprendió por completo cuando entró a mi habitación sin siquiera golpear –y gracias a Dios que no entró quince minutos antes o habría sido realmente incómodo por situaciones que podrán imaginar–. Se acercó a mí con una enorme sonrisa en su rostro y sin siquiera saludar me dijo:
—¡Ven! Vamos al centro.
—Hola, ¿no? —bromeé—. ¿Qué pasó, por qué tan feliz?
—Iremos a comprar tu regalo de navidad y tu regalo de cumpleaños, vamos —me dijo al chasquear sus dedos—. Y de paso me compraré algunas cosas para mí.
—¿Tú estás loco? No necesito regalos y lo sabes —me reí al ponerme de pie mientras abrochaba mi pantalón—. Ni siquiera tienes dinero, ¿de qué hablas?
Eric sacó de su bolsillo una cantidad abominable de billetes que meneó en su mano con esa sonrisa en su rostro. No necesité más explicaciones, me di cuenta solo sin que él dijera nada. Su padre, como solía hacer cada año, le había dado dinero por navidad atrasado que supuestamente cubría «todo el año» de gastos.
—Eric, gástalo en ti —le dije con un suspiro—. Tu padre te lo dio para tus gastos de la universidad.
—Me importa una mierda —escupió—. Me dejó bien claro que es la última vez que me dará dinero porque ya tengo dieciocho años y ya puedo trabajar, así que lo pienso aprovechar en lo que quiera y no en lo que él desea.
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Pequeños sorbos de té
RomanceÉl la conoció. La odió. Se volvió su amigo. La unió con su mejor amigo. La amó. Y se arrepintió de haberlos unido...