Mientras los dos pelirrojos conversaban entre sí delante de mí, me distraje viendo los estados en whatsapp otra vez, y allí pude ver la foto que había tomado Alex. La abrí y la frase «Con mi esposa, la Ricitos de oro» resaltaba allí con emojis de corazones. Le lancé una patada al gordo culo que él tenía y giró enseguida para quejarse.
—¡¿Tu esposa?! —chillé.
—Oh, recién lo viste —dijo con una sonrisa desafiante.
—Yo no soy tu esposa, imbécil —gruñí con odio—. Y en todo caso, tú serías mi esposa.
—¿De qué carajo hablan? —inquirió Christine y luego susurró—. ¿Pueden dejar de gritar esas cosas en la calle que la gente nos está mirando?
Sentí mis mejillas arder al notar que ella tenía razón, la gente nos miraba a Alex y a mí y murmuraban cosas, probablemente pensaban que se trataba de una discusión de pareja. Traté de caminar más rápido, pero el maldito pelirrojo me tomó del brazo y me tironeó para girarme. Me abrazó con fuerza mientras decía:
—Ay, perdóname, cariño, sé que no te gustan las muestras de afecto en público.
—¡Ya suéltame, idiota! —Comencé a golpearlo con fuerza—. Conmigo esos jueguitos no van.
—Ay, Al, qué aburrido eres —bufó Alex y me picó la frente con su dedo índice—. Ya te acostumbrarás a mis homosexualidades, y luego disfrutarás de todo esto.
—Lo que disfrutaré es destrozarte la cara —gruñí con odio y él se paró firme ante mí.
—Inténtalo, Ricitos de oro.
Alex era más alto y musculoso que yo, pero aun así estaba seguro de poder darle unos buenos puñetazos antes de que me hiciera verga. Sin embargo no llegué siquiera a golpearlo que Christine nos lanzó un puñetazo a cada uno al rostro, Alex se golpeó la espalda contra la pared y yo terminé por caer hacia atrás.
—¡Déjense de estupideces y vamos a casa! —chilló, para luego tomarnos de las manos y tironearnos todo el camino—. Estoy rodeada de idiotas.
Me refregué el rostro con la otra mano, estaba realmente sorprendido, no creí que Christine pudiera ser tan fuerte. A mi mente vino la foto de ella de niña con sus trenzas, me la imaginé aterrorizando a los bullys de Alex y pude comprender a la perfección por qué le temían, lo único que no podía entender era por qué no había actuado igual cuando se burlaban de ella en la adolescencia. Terminé por suspirar y seguir a esa pelirroja loca que nos llevaba de las manos como si fuéramos niños pequeños.
El edificio donde vivían estaba en el centro y era inmenso, subimos por el ascensor hacia el sexto piso. Los pasillos eran brillantes y olían bien, como a jazmines en el aire. Había visitado varios edificios y departamentos antes, de compañeros y amigos, pero nunca algo así, y cuando Alex abrió la puerta para invitarme a entrar, me sorprendí al ver el tamaño de ese lugar.
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Pequeños sorbos de té
RomanceÉl la conoció. La odió. Se volvió su amigo. La unió con su mejor amigo. La amó. Y se arrepintió de haberlos unido...