Juro que un día de estos voy a matar al Maître. Sé que es un buen tipo, pero a veces lo odio con toda mi alma, y me reconforta no ser el único.
En Red King tuvimos un evento privado muy importante, el rouf fue reservado por gente famosa que haría chillar a mamá, pues eran actores y actrices de películas. Sin embargo, no tuvimos tiempo de almorzar porque el Maître nos hizo acomodar todo para que estuviera perfecto, y cuando finalizamos los clientes ya estaban allí. Ninguno de nosotros pudo almorzar, pero teníamos que soportar ver al muy maldito comer a un costado sin problema.
Nosotros, como camareros, teníamos prohibido probar cualquier bocado de lo que servíamos, sin importar si los comensales dejaban el plato lleno. Solo tocar algo ameritaba un despido, y aunque Michael no gustaba de despidos injustificados, dejaba todo a cargo del encargado y el puto Maître que hacía lo que quería.
—Juro que un día lo voy a… —mascullé y un compañero me dio un codazo.
—Cállate, nos matarán a todos.
—Le diré a Michael —me quejé.
Alan, mi compañero y buen amigo, me miró de reojo.
—Que seas amigo de sus hijos no significa que puedas hablar con él así como así.
Resoplé. No podía abusar de la amabilidad de los Lefebvre, pero en verdad me estaba muriendo de hambre y debía estar allí parado por horas.
Tal vez debí ser ayudante de cocina…
Para cuando el evento finalizó, todos estábamos cansados, con hambre y de muy mal humor. Alan me había invitado a salir con él a un bar, pero no estaba de buen ánimo como para hacerlo, menos con el estómago vacío. En su lugar le prometí que la próxima vez saldríamos a beber algo, por el momento solo ansiaba regresar a casa, darme un baño y comer mi maldita almuercena.
Me subí en la motocicleta con el casco puesto y recorrí las elegantes calles de la ciudad. Era un nivel distinto al de mi barrio, las casas y negocios allí eran ideales para gente rica. Y aunque en el pasado me habría sentido aplastado por ellos, ahora solo me sentía incómodo. Tal vez por qué veía las injusticias desde cerca, o tal vez porque me había acostumbrado a andar por allí.
Cuando llegué a casa encendí las luces y calenté en el microondas las sobras del día anterior. Mamá estaba haciendo turnos nocturnos nuevamente, así que no se encontraba en la casa. Devoré es recalentado como si fuera el manjar más delicioso del mundo, del puro hambre que tenía. Luego me di una ducha y me tiré en la cama a dormir.
Estaba agotado, generalmente mi turno era más corto, pero por ser un evento especial nos habían aumentado las horas, con más paga por supuesto. Estar parado tantas horas yendo y viniendo era muy agotador. Mi cabeza explotaba, pero no tardé mucho en dormir.
Por la mañana decidí escribirle a Alex. No estaba hablando mucho con Chrissy debido a que ella estaba preparando su tesis final, y no quería distraerla. Ni siquiera Eric la estaba visitando justo por lo mismo.
«Mis compañeros me pidieron que no dijera nada, pero puedes decirle a tu madre que necesitamos aunque sea 20 minutos para comer en los eventos largos? El Maître no nos permitió comer nada y son muchas horas».
Alan se enojaría conmigo, pero no me parecía justo que el Maître sí pudiera comer y nosotros que hacíamos todo el trabajo no.
Era el fin de semana en que Alex estaba sin los niños, y probablemente la noche anterior salió a algún bar, así que no me respondería hasta mucho más tarde.
Me hice un desayuno potente y cargado de proteínas y carbohidratos, para sentirme más enérgico. Iría a visitar a Lilah, me había invitado a almorzar para que pasara tiempo con mi adorada ahijada Molly, que ya tenía cinco meses. La habíamos bautizado en primavera, así que oficialmente era su padrino.
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Pequeños sorbos de té
RomanceÉl la conoció. La odió. Se volvió su amigo. La unió con su mejor amigo. La amó. Y se arrepintió de haberlos unido...