Cuando desperté en la mañana y los rayos del sol acariciaron el rostro de Emily dormida a mi lado, sonreí al ver sus gestos pacíficos. No había furia, sus cejas no estaban fruncidas como era usual y no había comentarios ácidos tampoco. Se veía en paz y hermosa. Moví un mechón de cabello en su rostro para poder observarla mejor. Tenía algunas cicatrices en la piel, de sus tantas peleas tanto deportivas en Muay Thai como callejeras.Estaba desnuda, así que pude admirar la forma en que la sábana envolvía su bellísimo cuerpo. Deposité entonces un beso en su frente y me puse de pie para poder vestirme e ir hacia la cocina a preparar el desayuno.
Llevábamos ya un tiempo «saliendo», aunque nada oficial, por supuesto. Solo la pasábamos bien juntos. Emily solía venir algunas veces a cenar y quedarse a dormir, le gustaba venir a casa para que yo no tuviera que cruzarme con Bill. No había problema alguno con él, pero como mamá siempre estaba trabajando teníamos más privacidad los días en donde estaba de guardia.
En la cocina vi a mamá observar dos vestidos que colgó en el perchero de la entrada. Estaba cruzada de brazos y parecía indecisa de cuál escoger para la boda de Luke y Sean, que sería en la noche.
—El verde se te verá hermoso, má —dije con una sonrisa mientras preparaba la tetera.
—Me gustaba el rosa pero es demasiado corto, y no se va a lucir con mis piernitas de alfiler —suspiró—. Usaré el verde entonces.
—Combina con tus ojos.
Mamá sonrió y se acercó a mí para sentarse a la mesa, donde tamborileó con sus uñas. Emily le había hecho las uñas la noche anterior para que fuera a la boda hecha una diosa, y desde entonces mamá hacía notar sus uñas al hacer ruido. Llevaba tantos años sin lucirlas por su trabajo que amé la sonrisa en su rostro cada vez que se las veía, con un suave tono rosado muy delicado y algunas piedras brillantes.
Preparé mi té y un café para Emily que acomodé en una bandeja, junto a unas tostadas francesas, y fui hacia mi habitación para despertarla. Ella no era de buen despertar, por lo general era malhumorada y mucho más agria en las mañanas, pero sabía que solo le duraba unos minutos hasta que se despabilaba.
Ubiqué la bandeja en mi mesa de noche y la moví un poco, con suavidad, hasta despertarla. Refunfuñó un poco y se cubrió el rostro con la almohada.
—Un poco más… —masculló.
—Hermosa, hoy tengo la boda de Luke, ¿lo recuerdas? Tengo que prepararme e ir a ayudar.
Resopló con fastidio y corrió la almohada de su rostro para poder mirarme, y entonces me dedicó una sonrisa.
—Es verdad, lo siento —dijo y sus ojos parecieron brillar al verme.
—Traje el desayuno —Tomé la bandeja para acomodarla en la cama mientras que ella se sentaba.
Con los dedos se peinó un poco el cabello corto por el mentón y acomodó su flequillo curvo, pero la imagen de sus grandes senos desnudos era bastante distracción para mí. Con una risita se colocó una de mis camisetas de básquetbol que ella había tomado como propia y que, por supuesto, ya no me pertenecía, al menos los días en que ella venía a casa.
Se veía feliz de que le llevara el desayuno a la cama, aún no se acostumbraba a eso pero me gustaba ver la sonrisa que se formaba en su rostro cada vez.
—¿Qué vas a ponerte para la boda? —preguntó luego de comer su tostada francesa con mucho ánimo.
Me levanté de la cama para enseñarle el traje que me había comprado, de color vino con una camisa blanca, acompañado de zapatos negros bien lustrados. No tenía pensado usar corbata, odiaba las putas corbatas.
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Pequeños sorbos de té
RomanceÉl la conoció. La odió. Se volvió su amigo. La unió con su mejor amigo. La amó. Y se arrepintió de haberlos unido...