Nos quedamos allí sin decir nada, solo en silencio fumando y viendo a lo lejos a mamá y Alex reírse. Bajé la mirada para verla allí en mis piernas y, aunque quizá estaba mal, me dio la tentación de llevar mi mano hacia su cabeza y acariciar su cabello mientras la rascaba un poco. Christine no dijo nada, solo sonrió.
—¿Crees en el destino? —susurró de repente.
—No en realidad —respondí—, creo en las casualidades. No me gusta pensar que algo o alguien maneja mi vida y que no tengo derecho a elección.
—Las casualidades son hermanas del destino —dijo entonces y levantó su vista para verme—. Es prácticamente lo mismo.
—¿Tú crees en el destino? —me animé a preguntarle con una ceja levantada.
—No —susurró—. Creo en las causalidades.
—¿Causalidades, no será casualidades?
—No, causalidades —repitió con una risita—. Creo en la causa y efecto, no creo en el destino ni en las casualidades. Las casualidades no existen, es un conjunto de sucesos y circunstancias que llevan a que un encuentro suceda.
Parpadeé rápidamente porque no lograba comprenderla, así que ella sonrió.
—Por darte un ejemplo, no fue casualidad que tú y yo nos conociéramos. Las casualidades no existen, fue una causalidad. Era una fiesta de tu curso al cual mi amiga fue invitada, y a su vez ella me invitó a mí y a otras chicas más —dijo con esa sonrisa alegre—. Todo efecto tiene una causa, el efecto fue conocerte, la causa fue una fiesta. No fue casualidad, ¿entiendes?
—Muy rebuscado, ¿no te parece? Yo sí creo que fue casualidad —rebatí—. Porque ni Eric ni yo estábamos invitados a la fiesta, fuimos porque soy cabeza dura y muy orgulloso, así que la causa no habría logrado un efecto de no ser por la casualidad de que fuimos a pesar de no ser invitados.
Christine comenzó a reír para luego suspirar y cerrar los ojos.
—Tú crees en las casualidades, yo en las causalidades, y eso no cambiará.
Nuestra conversación fue interrumpida por Alex, quien estaba allí de pie frente a nosotros y nos miraba con el ceño fruncido. Supuse que por la posición en la que estábamos, pero no estaba de ánimo para pelear con él ni para soportar sus bromas de mal gusto.
—Tu madre está agotada aunque lo niega, la envié a dormir —dijo de repente—, sin embargo no quiere que Chrissy y yo nos vayamos. ¿Tú qué piensas?
—Pueden quedarse un rato más si lo desean, no me molesta —admití al encogerme un poco de hombros—. Siempre y cuando no hagamos mucho ruido.
—Entonces ven conmigo —dijo y movió su cabeza para hacer que me levantara—. No conozco la zona, acompáñame a comprar.
Solo asentí como respuesta y me disculpé con Christine para que se hiciera a un lado, ella dijo que lavaría las tazas y platos con pastel para que mamá pudiera ir a dormirse tranquila. Yo, mientras tanto, busqué mi abrigo para salir, era de noche y hacía bastante frío, así que me coloqué una bufanda también porque si había algo que yo era incapaz de soportar, era el frío.
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Pequeños sorbos de té
RomanceÉl la conoció. La odió. Se volvió su amigo. La unió con su mejor amigo. La amó. Y se arrepintió de haberlos unido...