El verano terminó, y con la caída de las rojizas hojas de los árboles se dió por comenzado el otoño, y luego una nueva estación. Las sobreviví ambas. Sobreviví el verano, el otoño, pero no estaba tan seguro del invierno.Christine y Eric llevaban ya cinco meses saliendo. Durante algunas semanas, las primeras, los esquivé lo más que pude bajo excusas, cansancio u distintas ocupaciones. Luego no tuve más opción, pues ambos pensaban que yo estaba enojado con ellos. No estaba enojado, solo triste. Solo muerto en vida. Por eso, para evitar que se hicieran ideas equivocadas, acepté juntarnos un día a comienzos de otoño.
Verlos besarse, verlos reír juntos y darse muestras de afecto. Verlos tomarse de la mano y hablar entre susurros con sonrisas encantadoras, se sentía como mil puñaladas en el pecho. Debí haber muerto a la primera puñalada pero por alguna razón, tal vez suerte, sobreviví. La segunda puñalada fue dura pero también la sobreviví, y con el pasar de cada una comencé a acostumbrarme al dolor. Dolía un infierno. Dolía una infinidad y deseé que me quemaran los ojos para ya no verlos. Que me quitaran los oídos para ya no escucharlos, y me arrancaran el corazón para ya no amarla. Por supuesto, nada de eso sucedió. No tengo tanta suerte, y mi única opción fue adaptarme. Adaptarme a la idea de que ellos se amaban y eran felices juntos. Adaptarme a la idea de que yo jamás sería suyo y ella jamás sería mía. Que jamás seríamos juntos.
Con el comienzo del invierno regresaron las tristezas y pensamientos melancólicos. Me sentía más solo y me encontré las últimas semanas bebiendo más cerveza y fumando más marihuana, porque necesitaba dejar de pensar. Necesitaba dejar de estar por unos minutos en mi cabeza.
Hablé bastante con Lou, ella era la única que en verdad podía entenderme. Por eso una noche salimos a un bar juntos, nos encontramos allí para beber unos tragos.
—¿Cómo lo soportaste tres años? —pregunté, sin dejar de mirar mi vaso con cerveza.
—Tal vez fue más fácil porque no los veía. Él estaba en Kenia —suspiró y alzó sus bonitos ojos café para verme—. Para ti debe ser mucho más duro, Al.
—Estoy intentando sobrevivir.
—Sobrevivir y vivir son cosas muy diferentes. Se sobrevive porque no hay más opciones. Se sobrevive cuando no hay escapatoria. Se vive cuando las hay, cuando se logra ser feliz. Sobrevivir lo hacemos todos cada día, ¿vivir? Esa es la parte difícil.
—Te levantaste filósofa hoy, ¿eh? —bromeé.
—Me gusta dármelas de interesante —guiñó un ojo y me hizo reír, entonces posó su mano en mi hombro—. Vas a estar bien, Al.
—¿Tú estás bien?
—Lo estoy —asintió con una sonrisa—. Creo que necesitaba verlo. Necesitaba saber que de verdad yo no era su destino. Necesitaba verlo siendo feliz para poder soltarlo. Hoy puedo decirte que estoy bien.
—Bueno, tal vez en tres años pueda decir lo mismo —resoplé.
Lou se rió al darme un empujón.
Terminamos de beber nuestras cervezas y pedimos unos tragos más fuertes. Había ido hasta allí sin motocicleta porque no tenía pensado volver sobrio a casa. Y luego de unos cuantos tragos la acompañé a tomar un taxi. Ella solía pasarme su ubicación siempre que tomaba uno. Al principio me costó comprender la necesidad de eso. Al principio pensé que era una estupidez. Después de varias noches bebiendo juntos comenzó a darme miedo que algo le sucediera, y acepté sin reproche que me enviara su ubicación. Siempre observaba que todo estuviera bien, y la llamaba por teléfono en el mismo instante en que el auto cambiaba de ruta.
—Estoy bien, le pedí que se detuviera un momento, quiero comprar unos antiácidos para mañana —dijo con una risita—. Te aviso al llegar a casa.
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Pequeños sorbos de té
RomanceÉl la conoció. La odió. Se volvió su amigo. La unió con su mejor amigo. La amó. Y se arrepintió de haberlos unido...