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Estuve intranquilo todo el día, tanto que debí comprar un nuevo paquete de cigarrillos porque los había acabado enseguida. Me di un baño relajante, y aún así caminé por todas partes, sin poder apagar mi cerebro. Sin conseguir deshacerme de mis pensamientos.
Y cuando vi a mamá preparar una gran cena, supe que en verdad había invitado a ese imbécil. Se había puesto una falda larga negra, con botas de caña alta y un sweater canela. Se veía elegante y a la vez hermosa, y aunque quería halagarla también me molestaba que fuera por ese hijo de puta. Incluso se había maquillado, con sombra café en los ojos, un delicado delineado y labial en los mismos tonos.
—¿Necesitabas arreglarte tanto? —siseé.
—No estoy tan arreglada, estoy casual —dijo sin darle mucha importancia mientras se quitaba el delantal. Giró hacia mí con el rostro serio—. Mira, hijo. Yo lo invité y dijo que vendría, pero quizá ni siquiera venga.
—Con lo que le gusta cumplir, seguro —me reí con ironía.
—Arréglate tú también. Dices que no lo necesitas, bueno, demuéstralo.
Chasqueé la lengua al alejarme hacia mi habitación. Sin embargo, aunque estaba enojado, una parte de mí estaba algo nervioso y esperanzado, como un maldito imbécil.
Me cambié de ropa, colocándome unos jeans y una sudadera negra que me sentaba muy bien. No tenía pensado ponerme una camisa ni ninguna ridiculez así, incluso me quedé con mis tenis blancos. Lo que sí hice fue colocarme colonia y peinar mi cabello. Últimamente me gustaba más que cayeran dos mechas en la frente, por los lados, más ahora que vi el peinado hacia atrás que tenía ese hijo de puta.
Por la tarde hablé bastante con Alex, aunque él tardaba en contestar debido a sus responsabilidades. Estaba viviendo con Lilah solo como apoyo, pese a la molestia del novio de ella. Y a pesar de las quejas de ese tipo, fue la misma Lilah quien invitó a Alex para poder descansar y soportar su posparto mejor.
Estaba allí sentado en mi cama cuando oí el timbre, y casi se me cayó el teléfono de las manos. ¿En verdad había venido? ¿De en serio? No lo podía creer. Mi pulso estaba acelerado y no quería salir de allí, pero alguien debía ayudar a mamá. No iba a permitir que pareciera Cenicienta frente a ese tipo.
Cuando abrí la puerta de la habitación vi a mamá tomar el abrigo de Matthew, ese sobretodo negro tan elegante. Mamá lo colgó en el perchero del recibidor y lo invitó a pasar. El tipo miraba todo con atención, tal vez con curiosidad o tal vez con desdén, no estaba seguro.
Decidí ignorarlo para poder ocuparme de finalizar los detalles de esa cena. Mamá se había preocupado por preparar una gran comida, había un primer plato de sopa de espárragos y el plato principal era trucha a la manteca negra con alcaparras y almendras, acompañado de vegetales grillados.
«Son comidas de Red Queen y King» pensé y miré de reojo a mamá. Michael y ella se habían intercambiado los números, ¿le había pedido la receta? Lo más curioso no era que mamá le hubiera pedido la receta, sino que Michael le hubiera pasado sin problemas parte del menú de su cadena de restaurantes.
—Traje un vino, espero sea de tu gusto —dijo él con una sonrisa al posar la botella sobre la mesa.
Un Sauvignon Blanc, bien. Iba perfecto con el pescado.
Que trabajar para Michael Lefebvre sirva de algo, tal vez no era sous-chef para hacer una bonita presentación, pero no llevaba tantas bandejas con platos decorados cada día por nada.
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Pequeños sorbos de té
RomanceÉl la conoció. La odió. Se volvió su amigo. La unió con su mejor amigo. La amó. Y se arrepintió de haberlos unido...