53.

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Ya necesitaba un abrazo de él. Su tacto es el único que me brinda un consuelo paliativo.

—Tengo algo para ti —se separa un poco—. ¿Quieres verlo?

—¿Qué es?

—Lo dejé en el carro. ¿Vienes? —me extiende su palma, entonces coloco la mía sobre ella de manera sutil, a lo que él la observa— Oh, traes puesto el anillo que te di.

Su rostro se ha iluminado al notar esto. ¿Por qué?

—Siempre lo traigo puesto.

—... No lo traías el primer día que te vi.

—Eso es porqué... Larga historia, pero no lo uso para ejercitar por miedo a perderlo.

—Oh —asiente comprensivo—. Bueno, ¿me acompañas?

—Desde luego.

Entrelazo nuestros dedos y juntos caminamos hacia el estacionamiento. Estoy tratando con todas mis fuerzas de contener una sonrisa, pero apenas puedo dominar mi alegría en este momento. Me pregunto cómo se sentirá él. A simple vista se ve calmado, pero eso se debe a que siempre es difícil descifrar las emociones detrás de su habitual expresión seria.

Llegamos al auto y él voltea a verme antes de abrir la puerta. 

—¿Cerrarías los ojos por mí?

Asiento con entusiasmo y la intriga se apodera de mí cuando mi entorno se oscurece, siendo mis oídos mi única guía. Lo único que escucho es la puerta abriéndose y un sonido similar al del papel para envolver, quedándome sin más pistas. No tengo idea de lo que podría ser; un regalo es la opción más obvia, pero no puedo descifrar qué tipo de regalo.

La puerta se cierra, seguido de esto, Minho carraspea la garganta.

—Ya, ábrelos.

Ahora está de pie justo frente a mí, sosteniendo un bouquet de distintas flores amarillas. La impresión me deja boquiabierta mientras mis ojos se mueven de él hacia las flores, y viceversa. Minho sosteniendo un ramo de flores, sonriente y con las mejillas coloradas... ¿Existe una imagen más tierna en este mundo?

—¿Son para mí?

—Para la única chica que las merece.

Me las acerca y no dudo un segundo en aceptarlas, sintiendo un leve temblor en mi interior porque mi corazón está palpitando muy fuerte y puedo asegurar que tengo tremendo sonrojo en toda la cara. Las observo sonriente, alcanzando a distinguir girasoles, tulipanes, margaritas y... ¡Qué lindo! También hay chocolates de por medio que tienen una envoltura dorada.

—Están bellísimas. Muchas gracias, Minho.

—Sé lo mucho que te gusta el color amarillo y siempre pienso en ti cuando lo veo.

—¿O sea que te acuerdas de mí cuando comes maíz?

Lleva una mano a su frente, tratando de no reír o quizás pensando en que siempre encuentro el modo de estropear el momento.

—Sí sí, también pienso en ti cuando como maíz.

Nos reímos al unísono, mirándonos mutuamente y esto me hace sentir mariposas en el estómago. Su sonrisa es encantadora, algo que extrañé con demasía ver. Luego de esto, buscamos un lugar cercano para sentarnos y mientras él contempla el cielo, yo degusto algunos de los chocolates. Le ofrecí, pero dijo no querer.

Grietas del Corazón ; Lee MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora