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Leo (Charro Negro)

No era propio de mí salir de día al mundo de los vivos, pero hoy era una ocasión especial para ____. Lo noté desde que me planté en una esquina de su casa y observé todo como un fantasma melancólico haría con sus familiares que aún seguían respirando.

Todos yendo y viniendo, y mi bella chica viéndose a través de un espejo de su habitación. Pasó las yemas de sus dedos por la tela del vestido azul marino brillante que tenía puesto, le llegaba hasta por debajo de la rodilla, con lazo en los hombros. Lo examinaba por medio de su reflejo como si fuera la cosa más hermosa del mundo; para mí la propia ____ lo era. Podría jurar que era el mejor vestido que tenía.

Si no me equivocaba, se estaba... graduando. Qué lindo debe ser eso.

Decidí salir de mi escondiste en cuanto vi que iba a empezar a arreglarse el cabello. Conté hasta tres lentamente y salí en una estela de fuego proveniente del suelo.

—¡Bu! — ella chilló ruidosamente, casi pude sentir como su corazón se aceleraba. Le tapé la boca y me golpeteó el pecho, hasta que se dio cuenta de que era yo y no un secuestrador. — ¿Te asusté?

—¡¿Y tú qué crees?! — se puso hasta roja de la cólera, qué adorable.

Me permití observarla de arriba a abajo, mientras le silbaba débilmente.

—Te ves jodidamente deslumbrante.

Tenía un diminuto rubor en sus pómulos mientras hablaba, tal vez yo también. Nunca había sentido esto y era demasiado extraño. Solo es una simple oración, pero decirla acariciaba por dentro como el terciopelo.

—...gracias. — parecía seguir enojada, pero aún así me sonrió tímidamente. Vaya que no era rencorosa. — Tú también.

Sonrío. — ¿Crees que soy bellísimo?

Mi tono era juguetón. Ella me encendía, me hacía sentir el fuego que sentí por primera vez en la primera noche que compartimos, cuando, inconscientemente, me pregunté cómo se sentía ella mientras me introducía en su interior, si estaba cómoda o le dolía.

Arqueó las cejas. — ¿No crees que un hombre pueda tener belleza?

—Un hombre puede tener muchas cosas, querida. Lo sé mejor de entre todas las personas. — me acerco un paso. — Pero la única belleza que quiero tener es la tuya. — tomé el broche negro que estaba sobre su cómoda y se lo coloqué viéndonos frente al espejo, no me costó mucho porque no era ciencia complicada pero hace mucho no tenía uno entre mis manos. — Me gustaría asistir, pero tengo que trabajar.

Tragó saliva, y asintió, sin dejar de sostener su cabello para que yo pudiera seguir abrochándole el lazo. La palabra «trabajo» parece serle un eufemismo muy descarado.

—No pasa nada.

—Buena suerte.

Ella asintió y murmuró un "adiós" casi inaudible. La besé antes de desparecer en el aire, sintiendo como si fueran a pasar años para que volviera a verla.

 La besé antes de desparecer en el aire, sintiendo como si fueran a pasar años para que volviera a verla

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