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Soy un desastre lagrimoso, enterré mi cara en la almohada para callarme pero casi no funcionó, para mi pesar esta vez no es por una buena razón. Es una muerte por miles de cuchillos que parecen enterrarse en mi cuerpo.

Tuve que volver a la iglesia por culpa de mi familia por ser fin de semana. Y a diferencia de cuando era pequeña, no estaba así por un simple berrinche. Nuevamente volvía a tener quemaduras, pero ahora las tenía en todo el estómago. Estaban empeorando y se seguían extendiendo, sentía como todavía me quemaban la piel, ni siquiera sabía como me había guardado mis gemidos de dolor y logrado que mis padres no lo notaran durante el camino a casa.

Quería mentirme a mí misma, pero ya estaba en el punto intermedio de una quemadura de primer grado a una de segunda.

Simplemente pensar en como lo tengo me hace llorar todavía más y con ganas de querer vomitar, me doy asco. Tratar de sanarlo me parece una tarea imposible por lo mucho que estoy agonizando, ponerle alcohol para desinfectar la herida sería mi muerte en todo el sentido de la palabra.

No tenía ganas de volver a ver a Leo para que me ayudara en esto. No lo había vuelto a ver desde lo sucedido en el parque, se había mantenido alejado de mí y evidentemente yo quería que se quedara así. Era un insensible del que no puedo creer haber sentido algo.

Sin embargo el dolor era más fuerte que mi orgullo en este momento. Lo había decidido pero todavía no quería hacerlo. Resignada me volví a subir la blusa, aunque me doliera mucho, y lloré todas las lágrimas saladas que pude expulsar para que cuando bajara con mi familia a cenar, estuviera más calmada. Incluso si pensara negativo, no me ayudaría en nada y estaría más histérica. La vez pasada me calmaron con sexo, y está bien, pero no creo poder calmarme ahora.

—____.

Su voz. Esa maldita voz que tanto me ponía mal. El causante de mi sufrimiento.

Mi egoísmo me quería hacer pensar que pudo sentir lo mucho que estaba sufriendo y por eso estaba ahí. Para salvarme. Aunque no estuvo para mí estos días, lo estaba ahora.

Sin embargo, yo todavía no lo perdonaba y no creía poder hacerlo alguna vez.

—¿Qué pasa? — se atrevió a preguntar después de un minuto de silencio.

Lo odiaba tanto.

No respondí, sino que se lo enseñé. Me subí la blusa de manga larga y su mirada fue directamente a mis quemaduras, que seguramente me dejarían marca.

Puedo ver que se horrorizó, al igual que yo.

—Me duele mucho, Leo... — sollocé. Me tomó de la nuca y me acercó, besándome la frente.

—Perdóname...

Pensé que se disculpaba por lo sucedido, hasta que su mano se posó sin cuidado sobre mi estómago. Su toque me hizo saltar, me quemaba horriblemente. Lloré con más fuerza y grité, retorciéndome. Me habría liberado si no fuera por su cuerpo aprisionándome contra la cama, me habría oído medio mundo si no fuera porque con una velocidad casi inhumana me hundió la almohada en la cara.

No podía respirar pero tampoco me oyeron, desesperada traté de quitármelo de encima pero me ganaba en fuerza.

Cuando se apartó, estaba a punto de gritarle que si era estúpido o algo así, porque sabía que me dolería, pero miré mi estómago y me quedé muda. No estaba tan grave a comparación de hace unos minutos. O desde que surgieron en la iglesia.

Me sanó. La ironía era aniquiladora.

—Perdón... — me susurró nuevamente besándome toda la cara de nuevo, suspiré sin abrir los ojos. Sentí una brisa fresca que me fue agradable, al menos eso me brindó algo de calma. — Pero cada vez será peor.

—¿Qué?

—Cada vez te quemará más, y llegará un punto en el que tu cuerpo no podrá soportarlo, y yo ya no podré sanarlo.

¿Cómo diablos voy a poner excusas todas la semanas hasta que...?

Hasta que me vaya de la casa. Hasta que no puedan obligarme a cumplir sus caprichos.

—¿Hice algo mal? ¿Te habré...? — inquirí apenada.

—No, no, no es eso. — se abalanzó contra mí y me acarició la mejilla. — Es cuestión de vínculos. Entre más nos unamos, nuestra relación será más difícil de romper.

Tuve un mal presentimiento.

—¿Por qué no lo hiciste la vez pasada?

—Porque no te veías tan exaltada como ahora. Más que agonizando te veías calmada.

Bueno, viva mi capacidad de serenidad, entonces.

Me giré poniéndome la almohada en la cara. ¿Entonces tendría que irme de la casa donde he vivido desde que nací? Porque si simplemente dejara de ir a la iglesia, me reñirían o algo peor, quién sabe de qué tan mal humor esté mi madre ese día.

Obviamente, él no lo sabe.

—Solo deja de ir y ya. Me caerías mejor.

—No puedo. ¿Crees que desde que supe lo que me pasaría lo volvería a hacer?

—No soy adivina, perdóname la vida.

¿Quién se creía siendo sarcástico cuando era el culpable de todo esto?

—Ahora sí que no estoy de humor, así que por favor... — ¿y por qué le decía "por favor"?! ¡No tenía ningún sentido! —, ¿podrías dejarme en paz un momento?

No respondió de inmediato. Seguía muy enojada. Como tenía la almohada tapándome la cara para evitar la luz del sol, pensé que se había ido sin más, pero no fue así.

—Está bien.

Cuando me digné a espiar un poco después de segundos, no lo vi, no estaba. Sí se había ido. Lloré un poco más. Me sentí mal por hablarle así pero luego me disculparía.

Nuevamente, me reprendí mentalmente. ¿Por qué tenía que disculparme yo? No había hecho nada más que decir la verdad.

No me siento capaz de aguantar algo así toda la vida. Pero no podía hacer más que irme de aquí, a otra parte.

No, no era solamente eso.

Necesitaba dejarlo. Necesitaba una razón válida.

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora