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No era alguien que perdonara tan fácilmente.

Por alguna razón, era muy vengativa, lo que muchas veces me afectaba incluso a mí misma, no me gustaba. Deseaba ser más como mi mamá o como Brenda, con quien había tenido varios problemas y pudo disculparme sin importar nada.

Pero esa versión de mí misma se sentía menos mal por culpa de Leo.

O, en otros casos, si se disculpaban, también perdonaba con demasiada facilidad.

De igual manera hacía eso con Leo.

Así que cuando me invitó a su hacienda, acepté casi sin dudarlo.

Humillante.

No le mencioné nada de que creí estar embarazada, no valía la pena. Solo lo preocuparía más o, en un caso extremo, lo llevaría a desear que tengamos un hijo. Era claro que ninguna de las dos me convenía en absoluto. Como siempre, me callé.

Tenía la mirada perdida, puesta en el suelo. Lo seguía desde atrás, abrazándome a mí misma. No sabía por qué tenía un poco de frío si el sol estaba dando a todo lo que daba.

Leo caminaba delante de mí, estaba cruzado de brazos y no decía nada, al igual que yo. Su actitud me recordaba a cuando me atacaba verbalmente en cada oportunidad que tenía, sobretodo a la primera vez. También cuando se salía de control. Las únicas dos ocasiones que recuerdo que le ha sucedido algo fueron cuando le dio un dolor de cabeza muy fuerte e hizo que sus pupilas se dilataran, o cuando lo hicimos por primera vez en dos años y le salieron garras, rompiendo la delgada línea entre persona y animal.

—Oye... ¿te puedo preguntar algo? — él se limitó a asentir con la cabeza. — Estaba recordando algunas veces que te pasaron... cosas extrañas.

—¿Cómo cuáles? — frunció el ceño mientras se detenía, divertido.

—Como... tus dolores de cabeza, esas garras extrañas que te llegaron a salir en una ocasión, ¿nunca supiste la razón?

—Siempre la supe.

—¿Qué? ¿Y cuál es?

—Cuando empiezo a sentir emociones muy fuertes, partes de mi cuerpo se descontrolan — al ver mi expresión, se apresuró a aclarar. —, no necesariamente ahí abajo, malpensada. — entorné y rodé los ojos con fastidio. Saber esto explica muchas cosas. — No importa qué emoción sea, odio, tristeza, miedo; me descontrolo si lo siento muy real.

—Eso es una cagada, sinceramente.

Noté que la mano derecha la tenía negra otra vez, con venas rojas resaltando, pero solo esa. La izquierda estaba totalmente normal. No tenía garras pero sus uñas tenían un aspecto ligeramente puntiagudo. ¿Ahora qué le pasaba?

—Ahí fue donde empezó.

—¿Empezó qué?

—Este... sufrimiento. — observó por el rabillo del ojo el pasillo mientras pronunciaba las palabras con asco.

Esbocé una mueca.

No sé de dónde saqué la valentía. No sé de dónde surgió esa repentina urgencia, pero tomé su mano y la besé un poco, los dedos y parte de la palma, y luego la alejé. Me miró algo atónito, posiblemente yo a él también por lo que había hecho.

—Nada es para siempre. — le sonreí, como antes, cuando intentaba hacerlo sentir menos miserable por la vida que ahora llevaba.

Hicimos contacto visual. Tragué saliva, sus ojos rojos seguían causándome problemas igual que hace años, siempre lo hicieron. Me quedé petrificada.

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora