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—¿Qué?

—Te necesito.

Un «te necesito» era como un «te amo» en nuestro idioma secreto.

Me miró incrédulo. Casi como si estuviera ofendido.

Pero sé que no era así. Estaba impresionado solamente.

Me sentía necesitada de él. Puede que de sus besos, de su tacto, de que me hiciera suya. No lo sabía. De repente ansiaba que me tocara.

Así me pongo cuando no duermo, en realidad.

—¿Escuché bien? ¿Dijiste...?

—No te culpo por estar sorprendido.

—No lo estoy, simplemente... no me lo creo. No sé si pueda confiar en eso.

Desvió la mirada, evitando verme a los ojos.

—Leo... lo siento. Tal vez... no debí decirlo. — me senté a la orilla de la cama, buscando que me mirara. Sin embargo, no lo hacía. — Perdóname.

Parecía hundido en su propia cavilación. Miraba un punto muerto en la esquina de la habitación, había quedado enmudecido. En ese momento en verdad logré percatarme de lo mucho que le afectó, ya que no pasaba tanto tiempo sin decir alguna tontería o coqueteo.

Me arrepiento mucho de lo que le hice hace tiempo.

—En verdad, podrías hacerme lo mismo 50 veces más y yo seguiría creyéndote como un pendejo.

—Leo, no me iré a ninguna parte. La otra vez lo hice porque fui... una tonta. Pero te prometo que no volveré a hacerlo, nunca. — me arrodillé, girando su cabeza acuñándole las mejillas, observándolo con sentimiento. — ¿Me crees?

Puso su mano sobre la mía, mirándome a los ojos. Me sentí estremecer. Analicé cada facción y rasgo de su rostro, acaricié su piel tersa, me sentí acunada por sus ojos. Como si fuera la primera maldita vez. Nunca dejaría de ser suficiente. Todo estaba igual, a excepción de la sensación de extrema curiosidad al no saber cuál sería su respuesta.

—En unos años tendré que buscar un sucesor, pero sí, claro que puedo aguantar hasta que seas una adorable anciana.

Lo tomé como un «sí, confío en ti», así que no pude evitar reír del alivio, creo que solté una que otra lágrima. Al fin todo estaba bien.

Después de todo lo que había pasado, era irreal que nuevamente lo tenía ahí. Que seguía amándome a pesar de... a pesar de todo. De mis errores, de lo molesta que podía llegar a ser para él, de que me engañé a mí misma al creer que no era amor lo que sentía.

—El día en que te encuentre una cana o una arruga, San Juan... no te la vas a acabar.

Él empezó a reír, contagiándomelo al poco tiempo.

—Tú y yo tendremos un hijo, y él será el sucesor al cargo de Charro Negro. ¿Estás contenta?

Vaya que había pensado en eso.

—Sí. — aunque al pensar más a profundidad, no pude aguantarme las ganas de preguntarle una pequeña duda. — Pero... ¿y si es niña?

—Intentaremos una y otra vez hasta que sea un niño. — se separó para girarse, solamente pudiendo ver su espalda. Al darse la vuelta nuevamente, tenía en sus manos un anillo que al parecer había improvisado en ese momento. Una piedra preciosa circular en un aro de metal de plata. Me lo extendió lentamente, mirándome. — Ten.

—¿Para mí? ¿Es en serio? — pregunté escandalizada, parecía muy costoso. — No puedo aceptarlo.

—Vamos a ser esposos, tendrás que usarlo.

—¿Es nuestro anillo de compromiso?

—Si tú lo dices. — se encogió de hombros, sonriendo.

—Es cierto... — esbocé una mueca de resignación, tomándolo entre mis manos como si fuera de cristal. Parecía que sí, era tan fino y elegante que me aterraba que se me cayera (con las manos de mantequilla que tengo) y se rayara o algo así. — Es hermoso... gracias, Leo. — lo abracé, todavía admirando el anillo. Él me correspondió el abrazo con la misma fuerza e intensidad, palmeando con cariño mi espalda. — ¿Te quedarás?

Siempre se iba, era como un vampiro. Toda la noche, pero al mínimo rayo de luz de sol, se esfumaba. No me di cuenta de que eso empezaba a molestarme cada vez más.

—Hasta el amanecer.

—Bien...

—No, me retracto. Hasta que te canses de mí.

Él queriéndome esa noche parecía algo imposible. Sin embargo, lo imposible puede ser posible y eso era justamente lo que estaba sucediendo.

Él me quería otra vez.

Y qué bien que lo sé, porque ahora tengo la segunda y más sagrada oportunidad de darle todo mi amor.

Ahora sí podía corresponderlo.

—Entonces te quedarás un largo tiempo.

No sabía cómo iba a darle la noticia a todos mis seres cercanos

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No sabía cómo iba a darle la noticia a todos mis seres cercanos. Iba a ir y decir: «¡hola, mamá y papá, Brenda, Mateo! ¡Adivinen qué! ¡Me voy a casar con el Charro Negro! ¡Tal vez no vuelva, pero recuerden que los quiero!».

No, no podía decirlo así.

¿Qué iba a hacer con mi familia? ¿Con mi vida? No era tan difícil deducir que querría recluirme en la hacienda por el resto de mi vida. O al menos no saldría con tanta regularidad como él. Yo no quería echar a la basura el trabajo de mis padres por tratar de mantenerme en la universidad, mi propio esfuerzo por aprender lo más posible.

Iba a extrañarlos demasiado.

Alicia no podía crecer sin mí, me necesitaba tanto como yo la necesitaba a ella. Brenda era como mi hermana, mi gemela. Mateo también podría decirse que era un hermano para mí. Mi mamá y mi papá, los que me criaron, los que me dieron amor incondicional y se esforzaron durante años para meterme a una buena escuela.

Los amaba a todos ellos, por eso hice lo que hice: el trato que me tenía ahí el día de hoy.

No podía dejar todo eso como si nada.

O al menos, tendría que hacerlo de a poco.

Amaba a Leo por sobre todas las cosas, creo que lo he demostrado en más de una ocasión.

De mi bolsillo saqué mi teléfono, presionando algunas teclas para llamar a Brenda. Luego de ella, llamaría a mi familia.

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora