── ...for what you made me do.

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—¡Leo!

Gemí extasiada, moví mis caderas en círculos para seguir satisfaciéndome. Estoy frotándome como una enferma contra el peludo amigo debajo de mí. La fricción me debilitaba y hacía que parase, pero no tardé en ponerme en ello nuevamente. Imaginarme que el aludido es el que está debajo mío me supera.

Pobre peluche, si pudiera hablar... probablemente gritaría que dejara de asfixiarlo.

En mi defensa, la cara es la parte que más da placer.

Ahora el ajolocornio tenía nombre. Juan, en honor a su padre ausente.

Bueno, como sea, he perdido la cuenta de cuantas veces me he masturbado en medio de la noche con ese maldito peluche. Soy una perra en celo.

Sí, lo abandoné pero me masturbo pensando en él, casual.

Compenso un poco la culpa que siento al pensar que le encantaría saber que hago esto pensando en él. Tal vez me miraría fijamente mientras me toco, también haciéndolo por la vista tan erótica frente suyo, a mí destruyéndome por su causa.

Con regularidad paso mis días sentada o parada, o en ocasiones muy especiales me pongo a correr. Masturbarse también es un buen ejercicio, al menos eso mantenía mi condición.

—¡Leo...!

El "collar" que llevo puesto me pica al dejarme caer de lado, raspando mi cuello, pero bajo ninguna circunstancia me lo quitaré. Por más incómodo que sea. Además, estoy más ensimismada en llegar al orgasmo que pensar en cualquier otra cosa me es imposible. Mi intimidad se separa del pelaje del peluche solamente para que sea manipulada por mis dedos, haciendo lo posible para llegar a mi punto más alto.

El collar en cuestión era un ojo de venado. Investigué y puede usarse para alejar al espíritu del Charro Negro, tan dañino como el insecticida para las cucarachas, por dar un ejemplo. Se escucha muy vidente, pero funciona. Nada paranormal pasaba, ni se caían las cosas ni veía pistas descaradas. Nada. Lo más extraño que sucedía era que parpadeara el foco del cuarto.

Al tener mi hombro al descubierto empecé a sentir la misma molesta picazón, muy enojada me rasqué y volví a tocarme, desesperada. Desde ayer me ardía el hombro, era molesto y aunque ya me había revisado, me seguía ardiendo, como si me hubiera quemado con fuego. No recuerdo bien qué pasó, pero le resté importancia al estar enfocada en algo mucho más importante para mí.

La exquisita sensación de mi vagina contraerse me invade y nubló mi mente, dejándome incapacitada por unos minutos que se basaron en mirar el techo y pensar en qué estaría haciendo él. Agarrándolo con la otra mano, revisé la hora en mi teléfono, posado en el buró a lado de mi cama. Son las doce y cuarto, la medianoche...

Debe de estar robando almas. O, simplemente, está cenando. O ya está dormido, qué sé yo.

Mis piernas siguen temblando... y yo pensando en lo que estará haciendo.

Esto es ridículo.

Es deprimente y mucho más ridículo que mientras Brenda estaba en fiestas y pasándosela bien con quien-sabe-cuantos chicos —sin engañar a Mateo porque ni siquiera llegaban a nada.—, yo estaba en la casa que compartíamos, recostada mirando la televisión mientras abrazaba el ajolocornio que me dio. Y el que me acababa de dar placer, justamente.

Sí, es muy deprimente.

Pero no me sentía capaz de salir con nadie más, y las únicas dos veces que lo intenté, las únicas dos veces que me acosté con algún otro chico, me di cuenta de que perdía el interés muy rápido en esa persona y que era tan descarada como para seguir pensando en Leo.

Ay, Leo... ¿por qué tuve que irme? El camino no tomado a tu lado se ve muy bien para mí ahora. Estos dos años han sido un suplicio sin ti.

Tal vez fue solamente el pasado hablando en ese momento, gritándome desde la cripta que lo castigara por cosas que no hizo, implorándome hacer algo y no quedarme como tonta pensando que estábamos enamorados, no como sucedió antes. Así que lo justifiqué y me fui.

La vida de Brenda y yo como doctoras había empezado hace dos años mejor de lo que creí, como éramos buenas y trabajábamos mejor estando cerca —por llevar toda la vida conociéndonos.—, no tuvimos ningún problema. Incluso pudimos pagar una casa, cuando al inicio tuvimos que quedarnos en un hotel. Eso sí, nos pagan por individual y nos repartimos los gastos. El como gastamos el resto del dinero ya es problema de la otra.

También, por ser empleadas del hospital, nos dejan pagar menos por servicios. Como por ejemplo, cada año me hago exámenes para asegurarme de no tener una enfermedad de transmisión sexual o algo así, no pagamos tanto como los otros, así de simple. Hasta ahora no habían encontrado nada fuera de lo normal.

Literalmente el ginecólogo era el único que me había tocado últimamente, y ni siquiera de forma coqueta. ¿Es que tendré algo que espante a los hombres, menos a Leo?

Ya ni siquiera me siento cómoda llamándolo de esa forma.

Aunque pensándolo bien, básicamente me prostituí por dinero y estabilidad, como si él fuera mi... el pensamiento me hizo reír un poco. Era justamente lo que quería evitar y es exactamente lo que pasó.

Me sentía tan mal que incluso probé un poco de marihuana. Una vez, hace mucho tiempo, en una fiesta a la cual Brenda me obligó a ir. Sí me gustó, la verdad.

Había roto las tres reglas que me impuso.

No importa, después de todo, no creo volverlo a ver. Estoy protegida. En algún momento iba a tener que seguir adelante, casarme y formar una familia, pero estaba en mis veintes, y es demasiado pronto, pero me siento como una abuela con sus 50 gatos, sentada en su mecedora, recordando su juventud.

Eso sí, solo me pasa los lunes, el resto de la semana no me preocupo.

Me dispuse a dormir, abrazando otro peluche que tenía en la cama, ese sí estaba limpio. El otro no lo tocaría por hoy. Me cubrí con la manta y cerré los ojos, cayendo inconsciente al instante.

El pensamiento de que sí haya sufrido un poco con mi partida no me era indoloro, pero tampoco sufría.

Sí, eso debe ser.

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora