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Esa mañana desperté muy desvelada. Sí, dormí mis ocho horas pero seguía estando muy debilitada. Me costó bastante levantarme y dejar la cama para salir al frío y vasto exterior, pero Brenda me amenazó bastante.

Desayunamos rápido un sándwich que hicimos todo chueco y salimos como rayo de la casa. También teníamos carro, pero era de las dos, por poner parte del sueldo de ambas para comprarlo. Además, era tan pequeño como mis ganas de vivir, no era nada lujoso.

El hospital estaba en frente de un camellón vial así que el tráfico era una pesadilla, pero los días solían mejorar al empezar a trabajar. El Hospital General Reynosa tenía ese efecto en sus trabajadores. Las letras en grande y en dorado nos recibieron antes de ingresar. No tenía segundo piso pero era tan grande pero como cualquier otro.

Pensé que el día mejoraría al momento en que empezara a llegar la gente, pero por alguna razón no lo hizo. El lugar estaba básicamente desolado, era temprano para que la gente empezara a accidentarse, no había nadie para curar y poder despejarme. Estaba muy cansada y todo empeoró mucho más cuando Mateo se apareció.

A veces venía desde Nuevo León (sí, tres horas de camino solamente para ver a mi amiga), con la intención de sorprenderla. Y le dio un ramo de flores magnífico, todavía peor.

La envidia en su máximo esplendor.

Mientras tanto, yo había abandonado a la única persona que demostró quererme —porque seamos sinceros, él fue más benevolente de lo que debió.— de verdad. Por lo que estaba sola.

Bellísimo. En verdad, el día iba bellísimo.

Les dediqué una mirada asesina por estarse besuqueando frente mío. No me notaron hasta que el peso de mis ojos fue demasiado negativo para la atmósfera tan romántica en la que se habían sumido. Se separaron incómodos y después de una pequeña conversación inaudible, él se fue.

Me dediqué a observar a la morocha a mi lado poner las flores en un florero de cristal vacío del mostrador. Tal vez no iba a llevárselas y las dejaría como decoración para la recepción tan opaca y vacía de nuestro segundo hogar. ¿O las dejaba porque sabía que no sobrevivirían un día en la casa, a nuestro cuidado? No lo sé, se limitó a colocarlas y ponerles agua limpia.

Recordé la ocasión en la que Leo me había regalado esa rosa fucsia directa de su jardín. Fue solo una y un gesto algo vacío (en comparación al de Mateo), pero como dije, llenó más el florero de lo que debió.

Dios, quería olvidarlo aunque fuera por un día. Incluso me conformaba con un niño chiflado y llorón que me sacara de mis casillas.

—¡____! — me llamó una voz desconocida, reconocí cierto tono de sorpresa en él.

Subí la mirada, buscando con desinterés entre la poca gente que había en el lugar a la persona. Pensaba que había sido mi imaginación hasta que vi a un hombre acercarse apresuradamente hacia mí. Lo reconocí de inmediato.

—Manuel... — murmuré, tan impresionada como él.

Dios Santo. Se había puesto guapísimo desde que lo vi por última vez en la fiesta de mi compañero de clase, cuando me dio mi celular atiborrado de mensajes y llamadas de mi madre. Algunos mechones castaños de cabello obstaculizaban su visión por lo que se los apartaba con un movimiento de cabeza, era hermoso. Siempre me lo había parecido. Eso sí, seguía molesta con el. Me sonrió y se acercó un paso más, mirándome desde arriba, yo retrocedí. Claro, era más alto que yo.

—¿Cómo estás?

¿De verdad se atrevía a preguntarlo?

—He estado bien. — me limité a decir.

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora