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A pesar de que había sido una irresponsable y obtuve el castigo de no salir por un mes entero, había una excepción: misa.

Cada domingo íbamos y este no fue la excepción. Me había dormido muy tarde la noche anterior así que cuando me despertaron lo hice de mal humor, este era mi día de paz y ya había empezado mal. Siempre este día de la semana mi madre se enfurecía conmigo cuando notaba que yo no quería levantarme para acompañarlos a esas celebraciones del demonio.

Creo que esa fue una de las razones por las que dejé de creer. De por sí nunca fui muy creyente, pero mi familia sí. Vaya que sí...

Pero sea hipócrita o no, no quiero que Alicia sea así, como yo. Yo sí quiero que sea normal.

Estábamos ella, mi padre, mi madre y yo. Creo que era el único momento en familia que pasábamos semanalmente aparte del almuerzo. No me había esforzado mucho en mi atuendo ya que íbamos tarde, era muy notorio si comparaban el mío con el de mi madre.

Al intentar entrar, sentí una punzada en todo el cuerpo que me hizo irme para atrás abruptamente, casi yéndome de bruces. Todos mis familiares y algunas personas me voltearon a ver extrañados.

—¿Estás bien?

—Sí, creo que sí... — me dolió. Fue muy extraño pero supuse que serían cólicos, así que lo ignoré.

Pero volví a tratar y el mismo dolor me atravesó los huesos, gemí un poco.

—¿Te sientes mal? — la pequeña Alicia se acercó con aire preocupado, yo le sonreí. Por ahora es a la que más quiero, además de Brenda.

—No pasa nada, estoy bien. — le tranquilicé con una voz suave.

Finalmente entramos y escogimos nuestros lugares en las bancas. Ya no sentía el dolor pero escalofríos me recorrían de vez en cuando. Antes, pensaba que la iglesia era un lugar muy caluroso, pero ahora sentía mucho frío. Mucho. Que yo recordara no habían climas aquí.

No, no era eso, era algo más...

La misa empezó después de una breve introducción de parte del padre, con esas insoportables algarabías que ni siquiera se entendían ya que el volumen de las bocinas y el micrófono estaban demasiado altos. Luego llegó el momento de arrodillarnos en los reclinatorios para pedir, rezar, orar por algo.

—Aprovecha para pedir perdón por lo que hiciste. — mi madre me dijo en el oído, como si fuera lo más normal. Sabía que se refería a lo sucedido en la fiesta, la fulminé con la mirada.

No venía al caso su comentario... pero asentí.

Cuando me arrodillé y junté las manos intenté rezar en un murmuro, o en mi cabeza, pero el dolor me pinchó mucho más duro en el abdomen. Era como si me estuvieran quemando lentamente. Fruncí los labios y gruñí, pero nadie lo notó ya que estaban en lo suyo. Fingí hablar aunque solamente hacía articulaciones con la boca.

¿Por qué estaba pasándome esto? Me dolía mucho. Si no estuviera delante de tanta gente hubiera dejado que una que otra lágrima se me escapara.

Al terminar la misa casi salí huyendo del lugar, y apenas puse un pie fuera todos mis malestares físicos desaparecieron. Me quedé perpleja pero las preguntas de mis padres y hermana me hicieron olvidarlo, me propuse disculparme por aquel exabrupto.

Esto era culpa de él. ¿Quién, si no él? Teníamos que hablar urgentemente. No podría pasar todos los domingos de mi vida sintiendo que me apuñalaban en todo el cuerpo.

 No podría pasar todos los domingos de mi vida sintiendo que me apuñalaban en todo el cuerpo

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✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora