016

904 98 50
                                    

—¡Leo!

Gruñí contra la almohada al estar siendo violentamente follada contra la cama por el joven que me condenó al infierno.

Eso suena sexy. De alguna forma.

Se quejó cuando por mero placer apreté las piernas, inconscientemente intentando escapar de aquella sensación.

—Estás tan estrecha... — susurró con una voz gutural y ronca, apenas pudiendo hablar.

Todo de él me ponía. Su voz, su físico, su personalidad atrevida, todo. Ni siquiera podía imaginármelo siendo de otra forma. Lo único que deseaba es que antes de cobrarse mi alma viniera y me cogiera como lo estaba haciendo en ese momento, que morir fuera melifluo por tan solo una vez.

Detuvo sus embestidas al venirse dentro de mí, a lo que yo reaccioné moviéndome en un vaivén rápido, tratando de imitar el suyo para llegar a mi propio clímax.

—¿Qué dirían los más cercanos a ti si te vieran en este momento, gimiendo tan sexy por mi polla? — lloriqueé ignorando sus palabras, continuando el desesperado movimiento de mis caderas por más placer. Esto sólo pareció complacerlo aún más, ya que confirmaba lo que acababa de decir. Su mano derecha se cerró sobre mi garganta, haciendo presión. — Dios, lo que daría por que lo hicieran. Que nos vieran amándonos tanto.

Una fuerza invisible me neutralizó sin cuidado alguno contra la cama, para luego sentirlo moverse nuevamente, cogiéndome. Su pene ancho y grande se frotaba con frenesí contra mis aterciopeladas paredes que lo apretaban. Me mordí el labio tan fuerte que empezó a sangrar.

Soy una maldita masoquista, pero el dolor se siente como besos y caricias suaves. A amor verdadero.

Finalmente llegué a mi clímax y lo sentí salir de mi interior mientras su agarre a mi cuello se hacía cada y cada vez más débil, hasta ser nulo. Su aliento en mi oído errático y inconstante me sacó un jadeo.

Cuando se apartó, me permití taparme con la cobija de mi cuarto, ansiando aunque sea un poco de calor que no fuera el suyo. Estaba tan cansada que empecé a dormirme, pero al rato me despertaron sus besos en el cuello y sus manos inquietas recorriendo mi cuerpo. Giré los ojos en señal de hartazgo.

—¿Qué nunca te cansas?

—Nop. — hizo un «pop» al dejarme un chupetón en el cuello, causando que mi espalda se arqueara. — Querida, apenas estoy empezando.

Bajé a la cocina esa mañana con la espalda adolorida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Bajé a la cocina esa mañana con la espalda adolorida. Todo porque al egoísta se le antojó intentar una nueva posición que casi me rompe la columna. Y volvería al anochecer para continuar en otra parte que no fuera mi casa, como el parque donde nos conocimos, aunque eso significara no salir a buscar almas.

No entiendo cómo mis padres todavía no nos descubren. Probablemente lo harían de no aprovechar cuando ellos no están en casa.

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora