014

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—¿Quieres pasar?

Lo que restó del camino fue silencioso, aunque no incómodo, con él extrañamente nunca lo era. Y ahora que habíamos llegado, yo miraba la casa con desagrado y él me miraba a mí. Era obvio que no quería estar sola aún, porque como dice la expresión, la noche es joven.

—Está bien. — aceptó sin más.

Entramos y subimos las escaleras juntos, yo con más cuidado y él simplemente se transformó en una sombra en el suelo, llegando mucho más rápido que yo. Claro, como siempre.

Al llegar lo primero que hice fue dejar el regalo de Mateo en mi escritorio, y recostarme con mi nuevo peluche, el cual —con mucha ironía.— cuidaría con mi alma.

Leo me observó apretujar el ajolocornio contra mi pecho. A veces deseaba tener el poder de leer mentes para leer los suyos y saber qué es lo que realmente pensaba de mí. ¿Serían demasiado pervertidos o también tendría pensamientos filosóficos? No sé, uno como...

—Quisiera ser el ajolocornio para estar hundido en tus...

—¡Oye, ya! — me reí, me reí mucho. Creo haber también haber escuchado una leve carcajada de su parte. Me observó todo lo que duró. Nunca despegó la mirada. — ¿Qué? — volví a sentarme.

—Eres muy curiosa, en todo aspecto. Te ríes de forma curiosa. Te vistes de forma curiosa. Ves las cosas de forma curiosa. Eres curiosamente rara.

—¿"Raro" es malo?

—No.

Conociéndolo, lo sería, así que su respuesta me sorprendió.

—¿No tuviste suficiente ayer? ¿O por qué sigues aquí?

—¿Te molesta?

—No de esa manera al menos.

—Pues nunca te he visto actuar como tú misma, ¿qué haces normalmente?

¿Nada?

No hacía nada. Literalmente. Me sorprendía la manera en la que mis padres actuaban, tan tranquilos, sin preguntar disimuladamente si ya tenía trabajo para correrme de la casa.

En fin, creo que no estoy presionada por Alicia, mi niña.

—Nada importante.

—No, hay más, pero tú no quieres decirme.

—¿Y desde cuándo te da curiosidad lo que hago o lo que no hago?

Calló. Abrió la boca una y otra vez para responder, pero nada salió de ella. ¿Lo había dejado sin palabras? Lo disimuló pero no lo suficiente, fue algo extraño.

—Porque eres mía, tengo que estar al pendiente de todo.

Nos lo habíamos dicho durante el coito, pero que lo soltara al aire así sin más en una situación normal era extraño. Porque se supone que nadie es dueño de nadie, por los derechos humanos y todo eso. Pero la ley no podría intervenir en esto, esto de verdad estaba pasando e iba más allá de ser suya carnalmente.

¿Entonces, él...?

Un sonoro quejido me sacó de mis pensamientos. El ojirubí se había recargado sobre la silla de mi escritorio, su mano masajeaba su sien repetidas veces, gruñendo. Se tambaleó de manera peligrosa por lo que acudí en su ayuda.

—¿Qué te pasa? — pregunté asustada. No respondió, arrugaba la cara por lo mucho que parecía dolerle. Nunca lo había visto así. Decidí no insistir hasta que me respondiera.

Lo senté en la cama mientras se agarraba la cabeza gruñendo más que antes. Yo estaba en busca de algún indicio que diera rienda suelta a sus síntomas, pero nada. Parecía ser solo una repentina migraña. Miré la puerta tentada a ir por un paracetamol, mi lógica es que serviría incluso con él, pero no quería dejarlo solo ahora.

Pensé que terminaría ahí hasta que se volvió hacia mí y me contempló con los ojos más rojos que nunca. Tenía las fosas nasales dilatadas y una mirada salvaje, casi desquiciada. Retrocedí un poco.

Entonces, me tomó bruscamente por los hombros y me besó.

Me besaba desesperado, pero no igual que siempre. Había algo ahí que me daba la sensación de que otra persona era la que me besaba y no él. Correspondí un poco al inicio, pero creo que por primera vez desde que estamos en esto, lo aparté. Estoy asustada por su estado de salud, quiero revisarlo y él con sus cosas.

Abrí los ojos como platos al percatarme de algo fuera de lugar. Tal vez lo he mirado más de lo que debía y ahora me doy cuenta de cualquier mínimo cambio en su cara.

Sus ojos eran cafés, casi rozando un tono avellana. No rojos.

Ignoró mi sorpresa y volvió a besarme. Con el paso de los segundos iba perdiendo fuerza e intensidad, ya parecía estar mejorando, solamente por eso lo dejé continuar. Nuestras lenguas danzaron en un ritmo lento e intenso mientras que sentía su mano acariciarme tentativamente.

—¿Qué pasó? — me preguntó después de lo que pareció ser una eternidad, después de haberse separado.

—No sé... te cambiaron el color de los ojos...

—¿De veras? — evitó mi mirada, clavé mis dientes en mi labio inferior del nudo que se me había formado en el estómago.

Tal vez sus ojos rojos tan antinaturales eran por los poderes del Charro, y sus ojos de cuando era una persona normal eran esos avellana claros.

Ambos tonos me encantaron por igual.

Miré al suelo antes de alzar los ojos hacia él.

—Si yo soy tuya, ¿qué eres tú para mí? — volví al tema que tanto me aquejaba.

«Tu peor pesadilla», pensé que diría, porque era la que se suponía su función aquí.

—Seré lo que me dejes ser. — acarició mi mejilla con el pulgar. — Dime que eres mía, ____.

Ya lo era. O quiero serlo. Justo ahora quiero ser suya para siempre, la primera que haya tenido el honor de haber sido suya en la cama, un lugar tan privado e íntimo para cualquiera.

—Soy tuya. — jadeé. Su mirada me quitaba el aliento como si de un puñetazo se tratase.

—Sí, lo eres... — me besa de nuevo.

Enredé mis brazos en su cuello, acariciando pacientemente los vellos de su nuca. Él me tomó de la cintura y se pegó completamente a mí. La intensidad del beso me mareó y casi caí en la cama, llevándomelo conmigo. Pero no, él mismo me recostó. Nos cubrió con la sábana y continuamos con lo nuestro. Por un momento pensé que volvería a pasar, que haríamos el amor, no coger o follar. Pero se detuvo.

—Creo que también estoy muy cansado de ayer. — rió un poco, yo igual hasta que me moví y un pinchazo de dolor me recorrió las caderas, arrugué la expresión. Su risa murió y se acercó más. — ¿Te duele?

—Algo.

Sonrió.

Volvió a besarme y yo lo correspondí gustosa. Esa noche no llegamos a más que besos y caricias superficiales que me mojaron como la mierda y me dejaron temblando.

Esa noche ambos supimos que por muy cansados que estuviéramos de nuestros encuentros clandestinos, siempre volveríamos por más muy pronto, un día o pocas horas después. Que se estaba volviendo una necesidad tan importante como respirar, una necesidad tan peligrosa que terminaría por consumirnos a ambos si no nos cuidábamos.

✓ DON'T BLAME ME, leo san juan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora