DÍAS RAROS.

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Días raros me toman de vez en cuando. Hoy no es la excepción. Aparezco en el mismo bar, a la misma hora. Las mismas marcas, el mismo peso, el mismo cansancio.

–¡Hey, Don! ¿que no te cansas de beber todos los días?– Me dijo uno de los meseros del lugar, que es mi amigo cercano.

Me pido lo mismo. Un tarro sudoso y grande, lleno de cerveza. Me pierdo entre la gente; todas las noches, vengo aquí y me encuentro con caras conocidas, otras veces, me mezclo entre quienes están al rededor. Todos jóvenes, o algunos ya con años sumados.

Un par de putas, galantes a veces con vestidos refinados y maquillaje. Algunas otras veces las he visto curándose la resaca en pijama, pero noto lo mismo de siempre, y es que cada que vengo, tienen a su lado a tipos diferentes, a los que de seguro les van a fantasear de novios mientras se los comen vivos.

Algo tiene este lugar, que me tortura mientras bebo. Hace años vengo aquí, y ya todos me conocen por beber empedernidamente; a veces pierdo la conciencia, otras salgo bien, pero allá afuera todo es negro.

–¡Un mesero para la mesa tres, de inmediato! ¡MALDITA SEA! ¿NO ESTÁN TRABAJANDO?– grita el encargado del lugar. Yo observó cómo la mierdecilla de metro y menos de centímetros corre como gnomo a la mesa. En su momento también fui mesero, entiendo esa mierda de correr, ahora me embriago.

A la misma mesa en la que el enano corrió, se remontaron mis recuerdos. Me vi de nuevo con Linda, sentados mientras nos reíamos juntos del día, de lo que ocurrió luego de follar. Habíamos estado juntos toda la tarde. Ella me había invitado a comer a su casa; acepto que cocinaba de maravilla. Luego de comer, nos acostamos en la cama, y todo ocurrió como debía.

–Vayamos a beber un poco, la tarde es buena, la noche no digamos– Le dije.

Asintió con una sonrisa y se metió a la regadera.Recordé su cabello mojado cubriéndole los senos mientras se secaba la espalda.

–¿Estás segura de quererte arreglar para el asunto?– le pregunté.

–Siempre lo hago– respondió con sarcasmo.

Se vistió, y se comenzó a pintar los labios. Perfiló sus labios filosos como navajas con un labial carmesí. Sus ojos estaban listos para el ataque. Tenía un par de ojos café salvajes, de mirada violenta, pero cautivante. Hizo retoques en su cabello, cruzando por su cabellera un par de ganchos haciéndose dos mechones que le colgaban de lado a lado.

Caminamos hacia el taxi. Yo iba fumándome un cigarrillo, mientras le explicaba la importancia de Bunbury para mi filosofía, la que asemejaba a un escritor ya extinto. Ella me observaba mientras yo soltaba caladas de humo en cada frase.

Llegamos al bar, y nos sentamos. Era la primera vez que la traía a este maldito, pero acogedor lugar. Había comentado sobre mi gusto de pedir un cristal tan grande como el que me pedí esta vez; vi sus ojos agrandarse cuando vio lo que había ordenado.

–¡Son una pasada!–dijo mientras analizaba el tarro– vamos a terminar demasiado ebrios.

–¿Qué hay con eso?

–¿Cómo voy a entrar a casa así?

–Ya te dije, es una noche de tragos.

Bebimos cada uno el tarro que nos tocaba. Pedimos dos más. Ella me miraba entrecerrando los ojos, y la conversación se tornaba de todos colores, sabores y anécdotas.

–¿Me besas?– le pregunté atraído por sus labios rojos. Ella se acercó desde el otro lado de la mesa.

El plato de propinas cayó al suelo, haciendo un ruido notable en el resto de la multitud. Ella se reía enrojecida, llevándose las manos en señal de vergüenza a la cara.

Yo archivé ese momento en mi mente como un suvenir, pero no pasaba nada.

Llamé a una mesera, pregunté sobre la cuenta y el precio de aquel plato. Pagué y salimos riendo.

–¿Tienes otro beso para mí?–le pregunté. Ella se detuvo y me sujetó contra ella con tanta pasión, que el mundo casi borroso e imperceptible que me rodeaba por el alcohol, se hubo tornado claro, reduciéndome a aquel instante.

Caminamos hablando del momento, tomados de la mano y riendo con la carcajada característica de dos ebrios enamorados.

Linda le hizo señas al taxi, subimos y pedimos nos llevaran a su casa. Entramos haciendo el menor ruido posible. Follamos toda la madrugada.

–Te amo busca pleitos– le dije– a vos, y a tus maneras de arreglar lo roto ¿entiendes?

La dormidera era mucha, soltó un 'mjm' desde su garganta, y se durmió.

Yo solo observaba su desnudo contorno en la poca luz del cuarto. Besé su frente y la cubrí con los ponchos.

...arreglar lo roto, arreglarlo casi todo y hacer que lo roto se resolviera ¿en dónde está hoy?

Regresé a mí mientras en mi mano figuraba un nuevo tarro lleno. Olía a mantequilla y había mucho barullo de la gente que estaba cerca de mí, emborrachándose. Canté la canción que me recuerda a ella, bebí un trago de tequila y me fui a casa.

Linda no me acompañaba, y estaba roto. Al menos iba borracho, mañana no recordaría lo de hoy, hasta la siguiente noche.

-Don Augusto.
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