Entras por mis ojos con la misma fuerza y brillo de una centella. Recorres mis espacios adueñándote de cada vuelo de pensamientos, y te reflejas en una sonrisa que aparece en mi rostro, dándome a entender que algo tienes en ti que me gusta. Yo me dejo abrazar por ese encanto tuyo, y la vida pasa en segundo plano.
Ojos profundos, sonrisa infinita, cálida como el primer encuentro con el fuego luego de la ventizca del invierno. Caminas al compás del paso de una nube, y te sientes como el manto de la noche. Tan apacible como incierto, pero desde tu encuentro, aquí la misma noche dejó de llorar.
El izquierdo de mi pecho, se contrae con una violenta ternura cuando te veo acercarte. Reduces al espacio y al tiempo en tu mirada, y cuando te siento cerca, la tranquilidad deja de ser solo una palabra, para que en cada arista, esquina y fibra tuya, tome su significado.
Sin importar a dónde es que vas, de dónde vienes. Sin importar a dónde se dirigen tus ojos, quién acaricia tu cabello, sea el viento o una mano fuera de las que hoy te escriben, yo sigo observando desde aquí tu plenitud. Sentado a la distancia, esperando a que amanezca para hallar en ti, algo más para llevar en mi piel, mi mente, y mi boca.
–Escrito desde la ventana de un espacio en el mundo. Para una linda compañera de viaje.
–Don Augusto.
Obituarios, Diarios y Nupcias.
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OBITUARIOS, DIARIOS Y NUPCIAS
RomanceDel cómo se aprende a poetizar el dolor del romance...