SANTOS.

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Santos nunca era de hablar de lo que sentía, pero to entendía bien su dolor.

-¡Tienes que escribir de ésto!– decía mientras le llenaba otro tarro de cerveza.

Lo había conocido cuatro años atrás. Santos amenizaba el karaoke de aquel bar. Ya sabes; era el sujeto que todos querían mientras cantaba las canciones que les hacía llanto cantar. Era un experto en embriagar y embriagarse. Era de aquellos tipos buenos que me acompañaban mientras yo lo hacía.

Santos tenía un don. Yo no puedo explicártelo. Era como ver a un sujeto liándose en el cuadrilátero de cualquier tipo. Puesto allí con sus guantes rojos, dándole golpes a quien fuera. Era un verdadero hombre.

Aquella noche yo salí del trabajo; eran doce horas malditas en aquel lugar que olía a mantequilla. Siempre me reunía con él para no sentir pesada la cerveza.

Nato me miraba y me llamaba a sentarme con él. 'Inservible borracho' decía en mis adentros, y luego me sentaba con él a beber.

Santos esa noche, tenía un puto nudo en la garganta tan palpable, que alguien creería que hasta lo asfixiaba en su momento. Yo lo miraba y le daba unas tontas palabras de aliento.

–Está bien si lloras, también me has visto llorando más de una vez. Le dije. Él asentía con la mirada mientras chocaba su cristal conmigo.

Era mi amigo, y yo no podía hacer algo tan bajo como tenerle compasión. Nunca antes él había sentido eso tan pútrido conmigo; sin embargo, hasta me llevaba a casa mientras yo vomitaba los tragos en alguna acera.

–Estás muy ebrio– me decía– ya falta poco.

Yo entendía que ante él, yo me había convertido en un inservible, y comenzaba a caminar hablando cosas al aire.

Aquella noche él no sé lo que tenía. Sus lágrimas aparecían de entre sus ojos. Yo comprendía su dolor. Santos lloraba en silencio, y entendía que los hombres más altos también lloran.

Mamá me retiró del bar con una llamada a unas cuadras. Yo caminé con ella y le dije: 'Tienes que saber que no vengo ebrio, al contrario, vengo de luto'.

Ella decía algo como: 'Vas a caerte, pero ¿Luto de qué?'

Vomité tres aceras luego. Mis tripas encogían su forma para expulsar el veneno de aquella vez.

– Si un hombre llora, es porque su alma se desangra y lo hace por sus ojos– le respondí.

Santos era el hombre más fuerte que conocí. No importaba cuánto llorara. Era un tipo rudo, pero blando... si se entiende.

Mañana estará tocando su trompeta, llorando su pena. Yo estaré cocinando hamburguesas mientras ahorro unos tantos para bebernos algo en el bar. Ambos somos tipos fuertes ¿lo sabías?

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