Miré el reloj y vi que marcaba las 3:45 de la mañana, destapé otra cerveza y tomé un lapicero para seguir escribiendo en el cuaderno donde siempre quiero hacer apuntes de mis ideas... como siempre, terminé fracasando y emborrachándome.
Es un pan diario sentarme en la misma esquina de la terraza de mi casa, encenderme un cigarrillo y echarme en cara cualquier cosa o lastimarme pensando en otras que no son más que simples putadas mías a las que recurro constantemente para mitigar el dolor con melancolía. La luna estaba llena, a la par de mis pies y por debajo de la suela de mis zapatos habían dos o diez colillas de cigarro, pensé ¿Qué tan jodido se debe estar para meterse tanta nicotina? ¿Qué tan jodido se debe estar para inútilmente recurrir a quemar recuerdos o pensamientos con diez cigarrillos? ¡Vaya putada! me dije a mí mismo.
Tenía sueño, pero no era yo el que estaba cansado, era mi cabeza la que a gritos me pedía que dejara de obligarla a proyectar imágenes de aquellos días en los que ni siquiera tenía pensado venir y aplastar el culo sobre un bloque de cemento y encenderme un cigarrillo, sí, aquellos días donde creía que tenía resueltos mis problemas a la par de una mujer... los cigarrillos se encendían después de follar y de reírnos por algo durante el sexo, ya saben de qué hablo, de reír porque un hueso tronaba, porque el coño se pedorreaba o porque simplemente nos sentíamos bien estando juntos y besarnos sin preocuparnos de lo demás de aquí afuera. Ahora entiendo el rol de los cigarrillos en mis noches, no es que los encienda para querer quemar un recuerdo y verlo hacerse humo, es que simplemente los cigarrilos te dan sueño, para que de una u otra forma dejes de obligar a tu mente a hacerte daño.
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OBITUARIOS, DIARIOS Y NUPCIAS
Storie d'amoreDel cómo se aprende a poetizar el dolor del romance...