El Viejo

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Me paré en el marco de la puerta de la habitación del viejo y eché un vistazo dentro. En la esquina había una cama vacía y fría como sus dientes un domingo por la mañana. Sobre la mesa de noche había un vaso de agua y una biblia (el viejo era cristiano).

Un par de viejas chanclas estaban sobre la alfombra que colocaba cada noche para no posar sus pies arrugados sobre el maldito piso frío del que se quejaba siempre y que extrañamente no había levantado esa mañana. Yo tenía resaca, una muy horrible y me recosté sobre la pared un momento a contemplar la ausencia de su gorda silueta saliendo de entre los ponchos.

Su radio estaba apagado, era domingo y el maldito aparato no estaba transmitiendo el programa ese donde un sujeto sermonea a todo el mundo casi que gritando y que todas las mañanas sonaba... la escena era melancólica.

Empecé a recordar de entre todas las veces que platicábamos sobre la vida cuando me dijo una de sus frases más constantes. Recuerdo que me miraba a los ojos y decía no esperés a dejar las cosas hasta de último porque cuando uno dice "malaya" ya va muy lejos...

El viejo tenía más de 70 y en su cabello la vida se había dado un paseo de invierno, había nevado en sus negros cabellos, las arrugas de su cara reflejaban risas, llanto, cóleras y una que otra noche de desvelo, ya sea por el trabajo, por una película o porque simplemente quería estar ahí viendo al vacío recordando un no sé qué de antaño.

Recordé al viejo con un dolor en el pecho y las lágrimas me empezaron a mojar las lagañas de los ojos y las ojeras. Recordé al viejo y comencé a sentir nostalgia

-El tiempo perdido hasta los Santos lo lloran mijito, reflexioná y autoanalizate para saber dónde estás fallando, arrodillate ante Dios y pedile que te ilumine y te cambie ese corazón tan terco que tenés. Yo no sé hasta dónde Dios me de vida para estar aquí con ustedes ¿quién va a velar por ellas cuando yo ya no esté? ¿quién se va a hacer cargo de los asuntos de la casa si vos te vas a estar saliendo de noche?

Yo ya estoy viejo y mi cabeza ya no mucho me funciona, no esperés a que sea tarde para darte cuenta de tus errores...

El viejo era un profeta de esos que se forjan al calor del sol, del hambre y del alcohol. El viejo era maquiavélico y bohemio jubilado, hablaba con el ejemplo. El viejo era un profeta incomprendido

De a poco la carga se hacía pesada, tanto que hasta la vida me dolía cuando con la mente yo dibujaba su imagen sentada en la cama, no estaba ahí con el culo descansando sobre el colchón, no estaba ahí durmiendo y roncando mientras en la televisión el viejo Clint Eastwood en traje de vaquero le disparaba a otro gilipollas mientras decía: "El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan". El Viejo no estaba ahí intentando convencerme de no seguir actuando como un gilipollas, ya no estaba diciéndome las mismas palabras que me resultaban aburridas y a las cuales yo les hacía la ironía y dejaba que siguiera hablando solo...

Los recuerdos no se abrazan, no se besan, no se tocan. Los recuerdos no comprenden ni aconsejan, los recuerdos son unos bastardos hijos de puta que te embriagan con alcohol y te ennegrecen los pulmones con un cigarrillo, y cuando ya estás tambaleándote te presentan a su amiga, a esa que llaman nostalgia que te sirve en un cristal un poco de remordimiento y luego te folla hasta hacerte desear la muerte porquenalgo hiciste mal.

Quise correr a abrazar al Viejo, a besarle las canas, a echar la carcajada o simplemente acompañarlo sin cruzar palabra alguna y escuchar en el silencio de su mirada el todo estará bien  de cuando tenía algún problema y su sola presencia me calmaba.

El reloj no se detiene por nadie, escuché decirlo mientras me miraba la muñeca para ver la hora en el reloj que me regaló una semana atrás. Sus palabras comenzaban a tomar sentido en medio de mi incertidumbre. Lo busqué desesperadamente y busqué su voz en el silencio que me gritaba al oído. La habitación se me redujo de repente cuando tarde me daba cuenta de que el viejo no estaba y que debí hacer todo por él cuando pude, cuando el tiempo no estaba perdido, cuando no tenía que esperar a que me faltara para estar ahí con él, para leerle las letras pequeñas de aquella biblia aunque a mí me fastidiara su literatura, para escucharlo aconsejarme aunque a mí me fastidiara que me recordara lo imbécil que estaba siendo, para ayudarlo a caminar cuando salía a pasear...

¿Dónde estaba yo cuando El Viejo se quejaba de algo?

¿Dónde estaba yo cuando El Viejo necesitaba algo?

¿Dónde estaba yo cuando El Viejo deseaba algo?

Me vio crecer y yo lo vi agacharse, me enseñó a caminar y yo lo vi detenerse, me enseñó a hablar y yo lo vi callarse, me enseñó a escuchar lo bueno y yo lo vi ensordecerse... el reloj no se detiene por nadie, el reloj avanzó y con cada avance algo me dolía más.

Lloré, grité, supliqué, me revolqué y anhelé pero ya era tarde... Mi Viejo se había ido. Ya no estaba ahí, el reloj no se detuvo para ambos. Se mudó a la habitación de al lado a donde yo no podía ir. La carga se hizo pesada y me abracé a su almohada sudada, lloré hasta quedarme dormido.

Desperté de golpe cuando algo me tocó la espalda...

Era El Viejo... Mi Viejo. Ahí estaba parado con su barriga por delante y sus ojos brillaban con la luz del sol. Me paré y lo abracé con fuerzas y me eché a llorar

-¿Y ahora qué tenés vos loco?
Me preguntó

-¿Puedes perdonarme por favor?- le pregunté-¿puedes hacerlo?

Me miró unos segundos y me dijo

-¿Otra vez estuviste chupando?
Sólo portate bien y dejá de hacer esas babosadas... quitate ahora que tengo que ver mi partido.

Lo abracé con más fuerzas aún y le rogué que nunca me hiciera falta aunque tuviera que irse a donde tanto le han hablado.

El viejo estaba ahí... estábamos ahí.

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