Capítulo 35: ¡Pero qué imbécil!

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Capítulo 35: ¡Pero qué imbécil!

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo, tapé mi boca con mi mano para ahogar una exclamación.

¡Pero ese imbécil!

Si hace unas horas estaba follándome a mí, estaba besando mi boca, estaba jadeando por mí y me veía finamente a la cara diciéndome palabras hermosas llenas de lujuria.

Por supuesto todos los hombres con los que me había topado eran así, hablaban con dulzura y sensualidad solo cuando querían follar y luego iban con cualquier otra que cayera en sus trampas y le abriera las piernas.

Maldito.

Maldito sacerdote sensual que era capaz de quebrantar mis convicciones y romper mi santidad para caer en los deseos de la carne.

No me sentía valorada, no me sentía querida, me sentía usada y desechada como un trapo sucio, el nudo en mi garganta se apretaba, mis ojos picaban.

No, esto no tenía que importarme, después de todo yo lo dejé y no quería volver a entregarme a sus brazos.

Sin embargo ese ardor en el pecho quemaba mi alma porque estaba empezando a sentir cosas por él, pero él se encargó de que ahora sólo sintiera odio por su hipocresía.

Él vino aquí solo para envenenar las cosas sangradas.

Sé que era malo maldecir, pero maldito el día en el que conocí al padre William West y lo dejé meterse entre mis piernas.

¿Acaso ella era mejor que yo? ¿o solo se fue con ella porque lo dejé caliente? De las dos formas seguía siendo un imbécil.

Sintiendo rabia, dolor y humillación porque pasará tan fácilmente de mí a otra mujer retrocedí mis pasos sin ser vista y me fui subiendo las escaleras hacia mi habitación deseando que este feo sentimiento desapareciera, ese feo sentimiento de humillación y odio.

Pero una gran parte de mí sólo... quería venganza.

***

La mañana siguiente atendí a los niños del orfanato pasando lista de las necesidades y de las monjas de guardia, el día se sentía agrio, gris, y por más que intentara pensar en otra cosa, la imagen de esa mujer jadeando con el trasero rebotando mientras el padre William le daba sin piedad por atrás venía una y otra vez a mi cabeza.

Pensar eso me descomponía, me llenaba de celos, me... me, ¡ahg!

Iba saliendo del área de donde estaban los niños, cuando me encontré de frente con el oficial Isaac Reynolds, él llevaba una caja con muchos objetos.

—Hola oficial Reynolds —dije—, ¿aún sigue de guardia?

Se le veían ojeras oscuras debajo de los ojos, también un poco cansado.

—Celeste... buenos días. Llámame Isaac —dijo—, termino a las 11 la guardia, son las 10:45, casi salgo, voy a dejar unos objetos perdidos de la última misa, me pidieron el favor.

Oh.

—Ah okey, Isaac —dije probando su nombre— ¿qué tal la noche?

—Estuvo bien y tu... ¿Descansaste? Luces cansada —observó.

—Sí —fingí una sonrisa—, es que me quedé leyendo la Biblia...

No quería mentir, pero tampoco podía decir la verdad.

Uno de los niños pasó corriendo y empujó a Isaac un poco por el codo ocasionando que se le cayera una flor de trébol de 4 hojas que estaba en la caja, al piso. Le dije al niño que no anduviera corriendo y tomé la flor para colocarlo nuevamente en la caja pero él dijo:

Los ojos del pecado. Libro 1 y 2 (completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora