Capitulo 4

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La equis en mi mano daba prueba de que me habían torturado la mente, jugando con mis pensamientos, llevándome hasta el punto en el que me hiciera daño, haciéndome un corte en la palma de la mano derecha en forma de equis. Así no levantaría sospechas de que Alan no me castigó.

 Volví a mi habitación y la cerré con seguro. Me apoyé en el gavetero de la ropa y grité. Necesitaba liberar mi rabia hacia Alan, de este lugar, de todo esto. Maldecía a Bernardo, el culpable de que no hubiese llegado  este lugar, pero Alan tenía razón, era una idiota inútil. De impulso, tiré todo lo que estaba encima del gavetero al suelo y le pegué un puñetazo a la pared.

—¡Ahh! —chillé del dolor.

Me había roto los nudillos y ahora me dolía terriblemente la mano derecha. Minutos después, limpié la sangre de mi palma y me puse una venda. Esa noche, estaba en la sala de vigilancia. Me tocaba guardia junto a Eliot.

Aunque odiaba estar en el Clan, le había agarrado gusto a la adrenalina. La sala estaba llena de monitores, computadoras y muchas máquinas con un sinfín de botones. Monitoreábamos seguridad, ubicación, audio, video y proximidad de elementos. Hoy, un pequeño grupo designado les daría un susto a los allegados de nuestro objetivo principal. Por los monitores, veíamos todos sus movimientos; llevaban una cámara incorporada en el cinturón de armas.

—¿Qué te hicieron? ¿Qué te pasó en la mano? ¿Por qué te castigaron? —me abordó Eliot sacándome a regañadientes de la sala.

—Respira, estoy bien —contesté.

—¡Habla ya!

—Ayer, por un momento de rebeldía, desobedecí una orden de Alan —empecé a explicar—. Me castigaron con tortura mental. Luego le metí un puñetazo a mi pared, por loca.

—¡Dios mío, me tenías preocupado, Guess! —soltó aire—. ¿Qué te ordenó Alan para que te fueses de adolescente rebelde? ¿Fue por lo de la enfermería?

—¿Enfermería?

—En la enfermería, casi nos acribilla con la mirada por estar agarrados de manos y la forma en que te trató... ¿Tienes algo con él?

—No, Eliot, cómo...

—¡La verdad, Nao! —exclamó.

Suspiré.

—Sí, sí hay algo entre nosotros. Bueno, había... ya no sé.

—A mí me echas el cuento completo.

—Te cuento después que salgamos de aquí, recuerda que hay cámaras y queda registrado que salimos a hablar un momento.

Entramos nuevamente y nos sentamos en nuestros puestos. La nacho pasó tranquilamente, sin mucho movimiento. Alrededor de las 2:15 a.m. Empezó el grupo de hoy a movilizarse para atacar a tres allegados del objetivo principal. Horas después de la primera visita, vi un rostro familiar a través de la pantalla. No sabía exactamente quién era el chico, pero lo había visto en otro lado.

—¿Sabes quién? —le pregunté a Eliot.

—Solo sé que su apellido es Morgen. Zacarías no me dio mucha información —respondió, viendo fijamente la pantalla—. ¿Alan no te dijo nada?

La pregunta me sorprendió e incomodó a la vez.

—Él no tiene por qué informarme, ese es el trabajo de Zacarías.

Eliot y Alena eran mis únicos amigos aquí, podía confiar en ellos, lloriquear y tirarnos cotufas. Vi cómo asustaban al tal Morgen. Lo ataron a una silla, le dieron una bofetada y trataban de sacarle información. 

NaomiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora