Capitulo 8

213 17 2
                                    

Al final de la tarde, había quedado con Sabana para ir a patinar. No era muy buena en ello, pero a mi mejor amiga le encantaba ese plan.

—¡Qué frío, joder! —dije, mientras caminábamos hacia la pista.

—Te dije que trajeras guantes —me reprendió Sabana.

—Los olvidé.

—Entonces Santiago está libre de pecado —continuó con nuestra conversación.

—Básicamente sí.

—Bueno, ya puedes bajar la guardia con él.

—¿A qué te refieres?

—El chico está interesado en ti, Nao. Deberías darle una oportunidad, al menos de conocerlo.

—¿Estás loca? Yo estoy... bueno, con Alan.

—Alan no busca algo serio contigo, lo oíste de su propia boca.

—Lo sé, pero no quiero enredarme más.

—¿Enredarte por qué?

—Eso de andar con uno y con otro...

Sabana se detuvo en seco.

—A ver, nadie dice que tengas que salir en citas con el chico. Solo conócelo y luego decides si quieres explorar algo más o dejar las cosas como están, ¿ok? —argumentó—. Nadie te impide hacer nuevos amigos.

La miré atónita.

—¿Cómo lo haces? —pregunté.

—¿Hacer qué?

—Encontrarle una solución a todo.

—Nao, es sencillo, solo conócelo y ya. No implica que se tengan que casar.

—Y el hecho de que tú estés saliendo con su amigo no significa que yo tenga que conocerlo —repliqué—. Pero está bien, trataré de relacionarme.

—Bueno, puedes empezar ahora —dijo con una sonrisa.

—¿Qué?

—¡Hola, chicas! —vociferó Carlos.

Habíamos llegado a la pista. Allí estaban Carlos y, al lado, Santiago, vestidos con la misma cantidad de ropa que nosotras ¡Sabana me habia engatuzado, otra vez! 

 Saludamos a los chicos; esto sí que no me lo esperaba. Nos sentamos en los bancos frente a la pista para colocarnos los patines.

—Déjame, te ayudo —dijo Santiago. Me quitó las botas con cuidado y me empezó a colocar uno de los patines.

Traté de mirar hacia otro lado para que no viese mis mejillas rojas, pero fue misión imposible.

—¿Mucho frío, no? —bromeó mientras aseguraba el patín.

—Sí —respondí reprimiendo una risa.

—¿Has patinado alguna vez? —me colocó el otro.

—Si, pero no soy buena, siempre me caigo. ¿Y tú?

—Un poco. Puedo enseñarte a no caer.

—Creo que es mejor que me enseñes a caer con estilo —bromee.

—¡Listo! —dijo, y se levantó. Me dio la mano y me ayudó a levantarme.

Había mucha gente en la pista: 600 metros de puro hielo al aire libre, familias, amigos y parejas patinando. Entramos con mucho cuidado.

—¿Preparada? —preguntó Santiago.

—No mucho —dije con algo de nervios, porque sabia que me caeria en cualquier momento.

NaomiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora