Percy Jackson y el ladrón del rayo I

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Lo último que recuerdo es que me derrumbé en un porche de madera, mirando un ventilador de techo que giraba sobre mi cabeza, polillas revoloteando alrededor de una luz amarilla, y los rostros severos de un hombre barbudo de expresión familiar y una chica guapa con una melena rubia ondulada de princesa. Ambos me miraban, y la chica dijo:

-Es él. Tiene que serlo.

-Silencio, Annabeth -repuso el hombre-. El chico está consciente. Llévalo dentro.

🌊

Tuve sueños rarísimos, llenos de animales de granja. La mayoría de ellos quería matarme; el resto quería comida.

Debí de despertarme varias veces, pero lo que oía y veía no tenía ningún sentido, así que volvía a quedarme grogui. Me recuerdo descansando en una cama suave, alguien dándome cucharadas de algo que sabía a palomitas de maíz con mantequilla pero que era pudin. La chica de cabello rizado y rubio sonreía cuando me enjugaba los restos de la barbilla.

-¿Qué va a pasar en el solsticio de verano? -me preguntó al verme con los ojos abiertos.

-¿Qué? -mascullé.

Miró alrededor, como si temiera que alguien la oyera.

-¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que han robado? ¡Sólo tenemos unas semanas!

-Lo siento -murmuré-, no sé...

Alguien llamó a la puerta, y la chica me llenó la boca rápidamente de pudin.

La siguiente vez que desperté, la chica se había ido.

[...]

Al final del porche había dos hombres sentados a una mesa jugando a las cartas. La chica rubia que me había alimentado con el pudin sabor a palomitas estaba recostada en la balaustrada, detrás de ellos.

[...]

-Ese es el señor D -me susurró Grover-, el director del campamento. Sé cortés. La chica es Annabeth Chase; sólo es campista, pero lleva más tiempo aquí que ningún otro. Y ya conoces a Quirón. -Me señaló al jugador que estaba de espaldas a mí.

[...]

-¿Annabeth? -llamó el señor Brunner a la chica rubia, y nos presentó-. Annabeth cuidó de ti mientras estabas enfermo, Percy. Annabeth, querida, ¿por qué no vas a ver si está lista la litera de Percy? De momento lo pondremos en la cabaña once.

-Claro, Quirón -contestó ella.

Aparentaba mi edad, medio palmo más alta, y desde luego su aspecto era mucho más atlético. Tan morena y con el pelo rizado y rubio, era casi exactamente lo que yo consideraba la típica chica californiana. Pero sus ojos deslucían un poco la imagen: eran de un gris tormenta; bonitos, pero también intimidatorios, como si estuviera analizando la mejor manera de tumbarte en una pelea.

Echó un vistazo a mi cuerno de minotauro y me miró a los ojos. Supuse que iba a decir algo como: «¡Vaya, has matado un minotauro!», o «¡Uau, eres un fenómeno!». Pero sólo dijo:

-Cuando duermes babeas.

Y salió corriendo hacia el campo, con el pelo suelto ondeando a su espalda.

🌊

- Ah, mira -dijo-. Annabeth nos espera.

La chica rubia que había conocido en la Casa Grande estaba leyendo un libro delante de la última cabaña de la izquierda, la 11. Cuando llegamos junto a ella, me repasó con mirada crítica, como si siguiera pensando en que babeaba cuando dormía.

Intenté ver qué estaba leyendo, pero no pude descifrar el título. Pensé que mi dislexia atacaba de nuevo. Entonces reparé en que el libro ni siquiera estaba en inglés. Las letras parecían griego, literalmente griego. Contenía ilustraciones de templos, estatuas y diferentes clases de columnas, como las que hay en los libros de arquitectura.

Percabeth a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora