Percy Jackson y el ladrón del rayo IV

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El dios de la guerra nos esperaba en el aparcamiento del restaurante.

—Bueno, bueno —dijo—. No os han matado.

—Sabías que era una trampa —le espeté.

Ares sonrió maliciosamente.

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Das el pego en la tele, chaval.

Le arrojé su escudo.

—Eres un cretino.

Annabeth y Grover contuvieron el aliento.

[...]

—Volveremos a vernos, Percy Jackson. La próxima vez que te pelees, no descuides tu espalda.

Aceleró la Harley y salió con un rugido por la calle Delancy.

—Eso no ha sido muy inteligente, Percy —dijo
Annabeth.

—Me da igual.

—No quieras tener a un dios de enemigo. Especialmente ese dios.

[...]

—Oye —me dijo Annabeth—, siento haber perdido los nervios en el parque acuático, Percy.

—No pasa nada.

—Es que… —Se estremeció—. ¿Sabes?, las arañas…

—¿Por la historia de Aracne? —supuse—. Acabó convertida en araña por desafiar a tu madre a ver quién tejía mejor, ¿verdad?

Annabeth asintió.

—Los hijos de Aracne llevan vengándose de los de Atenea desde entonces. Si hay una araña a un kilómetro a la redonda, me encontrará. Detesto a esos bichejos. De todos modos, te la debo.

—Somos un equipo, ¿recuerdas? —dije—. Además, el vuelo molón lo ha hecho Grover.

Pensaba que estaba dormido, pero desde la esquina murmuró:

—¿A que he estado total?

Annabeth y yo nos reímos. Sacó una Oreo y me dio la mitad.

—En el mensaje Iris… ¿de verdad Luke no dijo
nada?

Mordisqueé mi galleta y pensé en cómo responder. La conversación del arco iris me había tenido preocupado durante toda la tarde.

—Luke me dijo que él y tú os conocéis desde hace mucho. También dijo que Grover no fallaría esta vez. Que nadie se convertiría en pino.

Al débil resplandor de la espada era difícil leer sus expresiones.

Grover baló lastimeramente.

—Debería haberte contado la verdad desde el principio. —Le tembló la voz—. Pensaba que si sabías lo bobo que era, no me querrías a tu lado.

—Eras el sátiro que intentó rescatar a Thalia, la hija de Zeus.

Asintió con tristeza.

—Y los otros dos mestizos de los que se hizo amiga Thalia, los que llegaron sanos y salvos al campamento… —Miré a Annabeth—. Erais tú y Luke, ¿verdad?

Annabeth dejó su Oreo sin comer.

—Como tú dijiste, Percy, una mestiza de siete años no habría llegado muy lejos sola. Atenea me guió hacia la ayuda. Thalia tenía doce; Luke, catorce. Los dos habían huido de casa, como yo. Les pareció bien llevarme. Eran… unos luchadores increíbles contra los monstruos, incluso sin entrenamiento. Viajamos hacia el norte desde Virginia, sin ningún plan real, evitando monstruos hasta que Grover nos encontró.

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