La casa de Hades III

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Percy

Percy trató de acuchillar a la bruja arrugada más cercana con Contracorriente, pero ella se limitó a reírse burlonamente.

Somos las arai, dijo la extraña voz en off, como si el bosque entero estuviera hablando. No podéis destruirnos.

Annabeth se pegó al hombro de Percy.

—No las toques —advirtió—. Son los espíritus de las maldiciones.

[...]

—¡Estás sangrando, Percy! —gritó Annabeth, algo bastante evidente para él a esas alturas—. Oh, dioses, por los dos lados.

Era cierto. Los bordes izquierdo y derecho de su andrajosa camiseta estaban pegajosos de la sangre, como si una jabalina lo hubiera atravesado.

O una flecha…

Las náuseas estuvieron a punto de derribarlo. «Venganza». «Una maldición de los caídos»

[...]

La voz de Bob pareció resonar desde el final de un largo túnel.

—Si matáis a una, os caerá una maldición.

—Pero si no las matamos… —dijo Annabeth.

—Nos matarán de todas formas —supuso Percy.

[...]

Una de las diablas se abalanzó sobre Annabeth. Instintivamente, ella se agachó. Atizó a la vieja en la cabeza con la piedra y la convirtió en polvo.

Tampoco es que Annabeth tuviera muchas opciones. Percy habría hecho lo mismo. Pero la chica soltó la piedra enseguida y lanzó un grito de alarma.

—¡No puedo ver!

Se tocó la cara, mirando a su alrededor como loca. Tenía los ojos completamente blancos.

Percy corrió a su lado mientras las arai se reían a carcajadas.

Polifemo te maldijo cuando lo engañaste con la invisibilidad en el mar de los Monstruos. Te hiciste llamar Nadie. Él no podía verte. Ahora tú tampoco podrás ver a tus agresores.

—Estoy contigo —aseguró Percy.

Rodeó a Annabeth con el brazo, pero, cuando las arai avanzaron, no supo cómo iba a protegerlos a los dos.

[...]

Annabeth agarró la mano de Percy.

—¿En qué dirección? —susurró—. Por si tenemos que huir.

Él lo entendió. Si Bob no podía protegerlos, su única opción era huir, pero eso tampoco era una opción.

🤍

—¡Izquierda!

Percy arrastró a Annabeth abriéndose camino entre las arai a espadazos. Probablemente hizo recaer una docena de maldiciones sobre su persona, pero no notó nada, así que siguió corriendo.

El pecho le ardía a cada paso. Zigzagueó entre los árboles, haciendo correr a toda velocidad a Annabeth a pesar de su ceguera.

Percy se dio cuenta de lo mucho que ella confiaba en él para salir de esa situación. Él no podía decepcionarla, pero ¿cómo podía salvarla? Y si se había quedado ciega para siempre… No. Reprimió una oleada de pánico. Ya averiguaría cómo curarla más tarde. Primero tenían que escapar.

[...]

De repente la oscuridad que se extendía delante de ellos se hizo más densa. Percy comprendió lo que significaba en el momento preciso. Agarró a Annabeth justo antes de que los dos se despeñaran por un lado del acantilado.

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