Percy Jackson y el último héroe del Olimpo I

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—Buena suerte. —Rachel me besó antes de que pudiera reaccionar—. Y ahora en marcha, mestizo. Cárgate a unos cuantos monstruos por mí.

Sentada en el Prius con los brazos cruzados, contempló cómo nos elevábamos a lomos de Blackjack, que iba trazando círculos cada vez más altos en el cielo. Mientras la perdía de vista, me pregunté de qué querría hablar conmigo, y también si viviría lo suficiente para averiguarlo.

—Bueno —comentó Beckendorf—, supongo que no querrás que le cuente a Annabeth la escenita que acabo de presenciar.

—Oh, dioses —mascullé—. Ni se te ocurra.

Ahogó una risotada mientras nos remontábamos por los aires sobre el Atlántico.

[...]

Intenté recordar algo de las antiguas leyendas que me ayudase a derrotarlo. Annabeth me había hablado de un cangrejo monstruoso que Hércules había aplastado con el pie... Cosa que no iba a funcionarme. Aquel cangrejo era ligeramente más grande que mis Reebok.

[...]

Me asaltaron malos recuerdos al ver un pasillo que discurría junto a una cafetería. Annabeth, mi hermanastro Tyson y yo habíamos pasado por allí a hurtadillas tres años atrás.

🌊

—¡Percy! —exclamó—. Gracias a los dioses. Pero ¿dónde...?

Annabeth entró corriendo en el pabellón justo detrás de él, y he de reconocer que al verla el corazón se me aceleró un poco. No es que ella se esforzara mucho en tener buen aspecto. Últimamente habíamos participado en tantas misiones que apenas se entretenía en cepillarse su ondulado pelo rubio ni se preocupaba de la ropa que llevaba puesta: normalmente, la vieja camiseta anaranjada del campamento y unos tejanos; y de vez en cuando, claro, la armadura de bronce. Tenía los ojos de un gris tormentoso. La mayoría de las veces no podíamos mantener una conversación sin intentar estrangularnos el uno al otro. Pero, aun así, sólo de verla me sentía confuso y aturdido. El pasado verano, antes de que Luke se convirtiera en Cronos y todo se torciera entre nosotros, hubo algunos momentos en los que pensé que tal vez... bueno, que tal vez llegaríamos a superar esa fase de querer estrangularnos el uno al otro.

—¿Qué ha pasado? —Me agarró del brazo—. ¿Luke está...?

—El barco voló por los aires —dije—. Pero él no ha sido destruido. No sé dónde...

[...]

Todos dieron media vuelta y empezaron a regresar hacia las cabañas en grupitos de dos o tres. Ya no sentían unas ganas locas de verme ni querían saber cómo había estallado el barco.

Sólo Annabeth y Quirón se quedaron a mi lado.

Ella se secó una lágrima de la mejilla.

—Me alegra que no estés muerto, sesos de alga.

—Gracias —dije—. A mí también.

[...]

—Poseidón se refirió a otra amenaza —dije—. Una más importante que la del Princesa Andrómeda. Pensé que quizá se trataba del desafío al que se había referido el titán en mi sueño.

Quirón y Annabeth cruzaron una mirada, como si supieran algo que yo ignoraba. No soporto que me hagan eso.

—También hablaremos de ello —me prometió Quirón.

—Una cosa más. —Inspiré hondo—. Cuando hablé con mi padre, me pidió que te dijera que el momento ha llegado. Que debo conocer la profecía entera.

Quirón bajó los hombros, pero no pareció sorprendido.

—Durante mucho tiempo he temido que llegara este día. Muy bien. Annabeth, vamos a mostrarle a Percy la verdad. Toda la verdad. Subamos al desván.

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