La marca de Atenea IV

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Annabeth

Annabeth quería echarse a llorar. Quería que alguien, quien fuera, estuviera allí para ayudarla. Quería tener a Leo con sus aptitudes para el fuego, o a Jason con sus rayos, o a Hazel para que derrumbara el túnel. Pero sobre todo quería tener a Percy. Siempre se sentía más valiente cuando Percy estaba con ella.

«No pienso morir aquí -se dijo-. Voy a volver a ver a Percy»

[...]

Se le cortó la respiración. Era un retrato de dos semidioses besándose bajo el agua: Annabeth y Percy, el día que sus amigos los habían lanzado al lago de las canoas en el campamento. Era tan natural que se preguntó si la tejedora había estado allí, merodeando en el lago con una cámara sumergible.

-¿Cómo es posible? -murmuró.

Por encima de ella, en la penumbra, una voz habló.

-Durante siglos he sabido que vendrías, cielo.

Annabeth se estremeció. De repente tenía otra vez siete años, escondida debajo de las mantas, esperando a que las arañas la atacaran de noche. La voz sonaba tal como Percy la había descrito: un zumbido furioso con múltiples tonos, femenina pero no humana.

🤍

Piper

Le tembló la voz. Percy Jackson corría hacia ellos, y Piper supo por su expresión que traía malas noticias.

[...]

Se reunieron en el barco para que el entrenador Hedge pudiera oír la historia. Cuando Percy acabó, Piper seguía sin dar crédito.

-Así que Annabeth ha sido secuestrada en una moto por Gregory Peck y Audrey Hepburn -resumió.

-No exactamente secuestrada -dijo Percy-. Pero tengo un mal presentimiento... -respiró hondo, como si estuviera intentando no perder los papeles -. Ha... ha desaparecido. Tal vez yo no debería haber dejado que lo hiciera, pero...

-Tenías que hacerlo -dijo Piper-. Sabías que tenía que ir sola. Además, Annabeth es dura y lista. No le pasará nada.

Piper infundió poder de persuasión a su voz, lo que tal vez no estuviera bien, pero Percy tenía que lograr concentrarse. Si entraban en combate, Annabeth no querría que resultara herido porque estaba distraído pensando en ella.

🤍

Percy

Después de haber sobrevivido por los pelos a la inundación del ninfeo, quería volver a la superficie. Quería estar seco y sentarse al sol un buen rato, preferiblemente con Annabeth.

[...]

-¡Bueno! -dijo Percy, con la esperanza de mantener la atención de los gigantes centrada en él-. ¿Has dicho algo de unas acotaciones?

-¡Sí! -dijo Efialtes-. Ya sé que las condiciones de la recompensa estipulan que tú y la chica sigáis con vida si es posible, pero, sinceramente, la chica ya está condenada, así que espero que no te importe que nos desviemos del plan.

Percy notó en la boca un sabor a agua de ninfa perversa.

-¿Condenada? ¿Quieres decir que está...?

-¿Muerta? -preguntó el gigante-. No. Todavía no. ¡Pero no te preocupes! Tenemos a tus otros amigos encerrados, ¿sabes?

[...]

Percy miró a Nico, que estaba empezando a moverse. Percy quería que estuviera lo bastante consciente para apartarse cuando empezara la pelea. Y necesitaba que los gigantes le dieran más información sobre Annabeth y sobre el lugar donde estaban retenidos sus otros amigos.

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