Percy Jackson y el caduceo de Hermes

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Annabeth y yo nos estábamos relajando en el Gran Lawn de Central Park cuando ella me asaltó con una pregunta.

–Te has olvidado, ¿verdad?

Encendí la alarma roja. Es fácil entrar en pánico cuando eres nuevo en esto de ser novios. Sí, había combatido muchos monstruos junto a Annabeth durante años. Juntos nos habíamos enfrentado a la furia de los dioses, habíamos combatido titanes y nos habíamos enfrentado a la muerte una docena de veces mínimo. Pero ahora que estábamos saliendo, un ceño fruncido de ella y entraba en pánico. ¿Qué había hecho mal? Revisé mentalmente la lista del picnic: ¿Mantel cómodo? Listo. ¿La pizza favorita de Annabeth con extra de olivas? Listo. ¿Toffe de chocolate de La Maison du Chocolat? Listo. ¿Agua fresca con gas con un ligero toque a limón? Listo. ¿Armas en caso de un apocalipsis repentino de mitología griega? Listo. Entonces, ¿de qué me olvidaba? Estuve tentado (durante un instante) de echarme un farol. Pero dos cosas me lo impedían. Primero, no me gustaba mentir a Annabeth. Segundo, era demasiado lista. Descubriría la verdad en un instante.

Así que hice lo mejor que se me daba, la miré con la mirada perdida y actué como un bobo. Annabeth puso los ojos en blanco.

–Percy, hoy es 18 de septiembre. ¿Qué pasó justo un mes atrás?

–Fue mi cumpleaños–dije.

Era verdad: el 18 de agosto. Pero juzgando por la expresión de Annabeth, esa no era la respuesta que esperaba. No pude evitar pensar que Annabeth estaba muy guapa aquél día. Vestía la camiseta naranja del campamento y unos shorts, pero sus brazos morenos y sus piernas parecían brillar con la luz del sol. Su pelo rubio caía por sus hombros y alrededor de su cuello colgaba una cuerda de cuero con cuentas de colores de nuestro campamento de entrenamiento de semidioses, el campamento Mestizo. Sus ojos grises cuales tormentas eran igual de resplandecientes que siempre. Deseé que su penetrante mirara no supiera lo que estaba pensando. Intenté hacer memoria. Un mes atrás habíamos vencido al titán Cronos. ¿Era eso lo que quería decir? Entonces Annabeth me  lo dijo sin tapujos.

–Nuestro primer beso, Sesos de Alga–dijo–. Es nuestro primer mes-aniversario.

–Bueno, ya…–pensé: ¿la gente celebra cosas como esas? ¿Tengo que recordar todas las fechas, vacaciones y todos esos cumpleaños? Intenté sonreír–. Es por eso por lo que estamos celebrando este picnic… ¿verdad?

Plegó sus piernas debajo de ella, sentada a lo indio.

–Percy… me encanta el picnic, de verdad. Pero prometiste que me llevarías a cenar fuera. ¿Te acuerdas? No es que no me lo esperara, pero me dijiste que tenías algo planeado. ¿Y bien…?

Pude notar esperanza en su voz, pero también duda. Estaba esperando a que admitirá lo obvio: que me había olvidado. Estaba muerto. Era ya un novio a la brasa. Solo porque me hubiera olvidado no significaba que no me importara Annabeth. En serio, el último mes con ella había sido increíble. Era el semidiós con más suerte de toda la historia. Pero una cena especial… ¿cuándo la había mencionado? Quizá lo había dicho después de que Annabeth me besara, lo que me provocó volverme loco instantáneamente. Quizá un dios griego se había disfrazado de mí y le había prometido esa tontería. O quizá era un novio horrible. Era hora de confesar. Me aclaré la garganta…

–Bueno…

Un rayo de luz repentino me hizo parpadear, como si alguien hubiera reflejado un espejo en mi cara. Miré alrededor y vi una furgoneta de Correos en medio de Great Lawn dónde los coches no estaban permitidos. Escrito a los lados estaban las palabras:

HERNIAS EN EL SUD

Esperad… perdón. Soy disléxico. Entrecerré los ojos y deduje que probablemente diría:

Percabeth a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora