Percy Jackson y el ladrón del rayo II

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Annabeth seguía enseñándome griego por las mañanas, pero parecía distraída. Cada vez que yo decía algo, me reñía, como si acabara de darle una bofetada. Después de las lecciones se marchaba murmurando para sí: «Misión... ¿Poseidón...? Menuda desgracia... Tengo que planear algo...»

[...]

-Poseidón y Zeus están luchando por algo valioso... -dije-. Algo que han robado, ¿no es así?

Quirón y Grover intercambiaron sendas miradas. El primero se inclinó hacia delante e inquirió:

-¿Cómo sabes eso?

Me sonrojé. Ojalá no hubiera abierto mi bocaza.

-El tiempo ha estado muy raro desde Navidad, como si el mar y el cielo libraran un combate. Después hablé con Annabeth, y ella había oído algo de un robo. Y... también he tenido unos sueños.

-¡Lo sabía! -exclamó Grover.

[...]

Por encima de nuestras cabezas, refulgió un rayo. El trueno retumbó.

-Vale -dije, decidido a no mirar la tormenta-. Bueno, pues viajaré por tierra.

-Bien -prosiguió Quirón-. Puedes ir con dos compañeros. Grover es uno. La otra ya se ha ofrecido voluntaria, si aceptas su ayuda.

-Caramba -fingí sorpresa-. ¿Quién puede ser tan tonta como para ofrecerse voluntaria en una misión como ésta?

El aire resplandeció tras Quirón.

Annabeth se volvió visible quitándose la gorra de los Yankees y la guardó en el bolsillo trasero.

-Llevo mucho tiempo esperando una misión, sesos de alga -espetó-. Atenea no es ninguna fan de Poseidón, pero si vas a salvar el mundo, soy la más indicada para evitar que metas la pata.

-Anda, si eso es lo que piensas -repliqué-, será porque tienes un plan, ¿no, chica lista?

Se puso como un tomate.

-¿Quieres mi ayuda o no?

Vaya si la quería. Necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener.

-Un trío -dije-. Podría funcionar.

🌊

Annabeth trajo su gorra mágica de los Yankees, que al parecer había sido regalo de su madre cuando cumplió doce años. Llevaba un libro de arquitectura clásica escrito en griego antiguo, para leer cuando se aburriera, y un largo cuchillo de bronce, oculto en la manga de la camisa. Estaba convencido de que el cuchillo nos delataría en cuanto pasáramos por un detector de metales.

[...]

Oí pasos detrás de nosotros.

Luke subía corriendo por la colina con unas zapatillas de baloncesto en la mano.

-¡Eh! -jadeó-. Me alegro de pillaros aún. -Annabeth se sonrojó, como siempre que Luke estaba cerca-. Sólo quería desearos buena suerte -me dijo-. Y pensé que... a lo mejor te sirven.

Me tendió las zapatillas, que parecían bastante normales. Incluso olían bastante normal.

-Maya! -dijo Luke.

De los talones de los botines surgieron alas de pájaro blancas. Di un respingo y las dejé caer. Las zapatillas revolotearon por el suelo hasta que las alas se plegaron y desaparecieron.

-¡Alucinante! -musitó Grover.

Luke sonrió.

-A mí me fueron muy útiles en mi misión. Me las regaló papá. Evidentemente, estos días no las utilizo demasiado... -Entristeció la expresión.

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