La casa de Hades IV

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Percy

Su foco de atención se reducía al suelo que tenía delante. No existía nada más que eso y Annabeth a su lado.

Cada vez que tenía ganas de rendirse, de dejarse caer y de morirse (cosa que le pasaba cada diez minutos), alargaba el brazo y le cogía la mano para acordarse de que había calidez en el mundo.

Después de la conversación de Annabeth con Damasén, Percy estaba preocupado por ella. Annabeth no sucumbía a la desesperación fácilmente, pero mientras caminaban se enjugaba las lágrimas de los ojos, procurando que Percy no la viera. Él sabía que no soportaba que sus planes no salieran bien. Estaba convencida de que necesitaban la ayuda de Damasén, pero el gigante los había rechazado.

[...]

Percy trataba de pensar en cosas positivas para mantener la moral alta: el lago del Campamento Mestizo, la vez que había besado a Annabeth debajo del agua… Trataba de imaginárselos a los dos juntos en la Nueva Roma, paseando por las colinas cogidos de la mano.

[...]

Annabeth entrelazó sus dedos con los de él. Tenía un rostro precioso a la luz de su espada de bronce.

—Estamos juntos —le recordó ella—. Saldremos de esta.

Percy había estado muy preocupado intentando levantarle el ánimo, y allí estaba ella tranquilizándolo.

—Sí —convino—. Es pan comido.

—Pero la próxima vez quiero que vayamos a otro sitio en plan parejita —dijo ella.

—París era bonito —recordó él.

Ella forzó una sonrisa. Hacía meses, antes de que Percy cayera amnésico, habían cenado en París una noche, cortesía de Hermes. Parecía que hubiera pasado una eternidad.

—Me conformo con la Nueva Roma —propuso ella—. Siempre que tú estés conmigo.

Annabeth era genial. Por un instante, Percy recordó lo que era sentirse feliz. Tenía una novia increíble. Podían tener un futuro juntos.

🤍

Percy se acercó muy lentamente a Annabeth. Trató de recordar qué hacían allí, pero le costaba pensar a causa de la sensación de desesperanza. Oyendo hablar a Aclis, no le extrañaba que se hubiera arañado las mejillas. La diosa irradiaba dolor puro.

[...]

—Deben llegar a las Puertas de la Muerte —dijo Bob—. Para regresar al mundo de los mortales.

—¡Imposible! —repuso Aclis—. Los ejércitos de Tártaro os encontrarán. Os matarán.

Annabeth dio la vuelta a la hoja de su espada de hueso de drakon, un gesto que a los ojos de Percy le dio un aire intimidante y sexy a lo princesa bárbara.

—Entonces supongo que su Niebla de la Muerte será inútil… —dijo.

La diosa enseñó sus dientes amarillos mellados.

—¿Inútil? ¿Quién eres tú?

—Una hija de Atenea —la voz de Annabeth tenía un tono atrevido, aunque Percy no sabía cómo podía haberlo conseguido—. No he recorrido medio Tártaro para que una diosa de segunda me diga lo que es imposible.

La tierra tembló a sus pies. La niebla se arremolinó alrededor de ellos emitiendo un sonido como un gemido angustioso.

—¿Una diosa de segunda? —las uñas nudosas de Aclis se clavaron en el escudo de Hércules y arañaron el metal—. Yo ya era vieja antes de que los titanes nacieran, muchacha ignorante. Era vieja cuando Gaia despertó por primera vez. El sufrimiento es eterno. La existencia es sufrimiento. Soy hija de los mayores: el Caos y la Noche. Yo…

Percabeth a través de los librosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora