Percy Jackson y la batalla del laberinto ll

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—Luke debía de conocer la entrada del laberinto —dijo mi amiga—. Se conocía al dedillo el campamento.

Me pareció detectar cierto orgullo en su voz, como si todavía sintiera respeto por aquel tipo, por malvado que fuera.

[...]

—Ha estado enviando exploradores al laberinto —apuntó Annabeth—. Lo sabemos... porque encontramos a uno.

—Chris Rodríguez —dijo Quirón. Dirigió a Quintus una mirada significativa.

—Ah —dijo él—. El que estaba en... Ya, entiendo.

—¿El que estaba dónde? —pregunté.

Clarisse me lanzó una mirada furibunda.

—La cuestión es que Luke ha estado buscando la manera de orientarse en el interior del laberinto. Quiere encontrar el taller de Dédalo.

Recordé mi sueño de esa noche: el anciano ensangrentado y con la ropa hecha jirones.

—El tipo que creó el laberinto.

—Sí —confirmó Annabeth—. El mayor arquitecto e inventor de todos los tiempos. Si las leyendas son ciertas, su taller está en el centro del laberinto. Él es el único que sabía orientarse por los pasadizos. Si Luke encontrara el taller y convenciera a Dédalo para que lo ayudase, no tendría que andar buscando a tientas el camino ni arriesgarse a perder su ejército en las trampas del laberinto. Podría dirigirse a donde quisiera: deprisa y sin correr peligro. Primero al Campamento Mestizo para acabar con nosotros. Y luego... al Olimpo.

[...]

—Tenemos que bajar allí —resolvió Annabeth—. Hemos de encontrar el taller antes que Luke. Si Dédalo está vivo, lo convenceremos para que nos ayude a nosotros y no a él. Y si el hilo de Ariadna existe, nos encargaremos de que no caiga en manos de Luke.

—Un momento —tercié—. Si lo que nos preocupa es un ataque, ¿por qué no volamos la entrada y sellamos el túnel?

—¡Qué gran idea! —exclamó Grover—. ¡Yo me ocuparé de la dinamita!

—No es tan fácil, estúpido —rezongó Clarisse—. Ya lo intentamos en la entrada que encontramos en Phoenix. No salió bien.

Annabeth asintió.

—El laberinto es arquitectura mágica, Percy. Se necesitaría una potencia enorme para sellar una sola de sus entradas. En Phoenix, Clarisse derribó un edificio entero con un martillo de demolición y la entrada apenas se desplazó unos centímetros. Lo que hemos de hacer es impedir que Luke aprenda a orientarse.

[...]

—Debemos llegar nosotros primero al taller de Dédalo —insistió Annabeth—. Encontrar el hilo de Ariadna e impedir que Luke lo utilice.

—Pero si nadie sabe orientarse en esos túneles —aduje—, ¿qué posibilidades tenemos?

—Llevo años estudiando arquitectura —respondió ella—. Conozco mejor que nadie el laberinto de Dédalo.

—A través de tus lecturas.

—Bueno, sí.

—No es suficiente.

—¡Habrá de serlo!

—¡No lo es!

—¿Vas a ayudarme o no?

Todo el mundo nos estaba mirando como si jugáramos un partido de tenis. El yak de la Señorita O'Leary hizo «¡hiiic!» cuando ésta le arrancó la cabeza de goma.

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