La casa de Hades I

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Hazel

Hazel respiró hondo. Percy y Annabeth seguían vivos. Lo sabía en lo más profundo de su ser. Todavía podía ayudarlos si conseguía llegar a la Casa de Hades, si conseguía sobrevivir al desafío sobre el que Nico le había advertido...

[...]

—Hagamos lo que hagamos, tenemos que darnos prisa —les dijo Nico—. Cada día que Annabeth y Percy pasan en el Tártaro…

No hizo falta que terminara la frase. Tenían que confiar en que Percy y Annabeth sobrevivieran lo suficiente para encontrar el lado de las Puertas de la Muerte que daba al Tártaro. Y luego, suponiendo que el Argo II pudiera llegar a la Casa de Hades, podrían abrir las puertas por el lado mortal, salvar a sus amigos y sellar la entrada para impedir que las fuerzas de Gaia se reencarnaran en el mundo de los mortales una y otra vez.

[...]

No estaba segura de por qué creía tan firmemente en ello, pero desde que habían partido de Roma, la tripulación había empezado a perder la cohesión. Habían aprendido a trabajar como un equipo. Y de repente, zas, sus dos miembros más importantes habían caído al Tártaro. Percy había sido el pilar del grupo. Les había infundido confianza cuando habían surcado el océano Atlántico y habían entrado en el mar Mediterráneo. En cuanto a Annabeth, ella había sido la líder de facto de la misión. Había rescatado la Atenea Partenos sin ayuda de nadie. Era la más lista de los siete, la que tenía respuestas a todo.

🤍

Las imágenes de la puerta del norte eran todavía peores. Hazel vio a Leo inconsciente —o muerto—, cayendo a través de las nubes. Vio a Frank solo tambaleándose por un túnel oscuro, agarrándose el brazo, con la camiseta empapada en sangre. Y se vio a sí misma en una inmensa cueva llena de hilos de luz, como una red luminosa. Luchaba por abrirse paso mientras, a lo lejos, Percy y Annabeth permanecían tumbados sin moverse al pie de dos puertas metálicas negras y plateadas.

[...]

Miró detrás de Hécate, hacia la puerta central. Vio a Percy y Annabeth tumbados sin poder hacer nada ante aquellas puertas negras y plateadas. Una enorme figura oscura vagamente humanoide se cernía entonces sobre ellos, con el pie levantado como si fuera a aplastar a Percy.

—¿Y ellos? —preguntó Hazel con voz desgarrada—. ¿Percy y Annabeth?

Hécate se encogió de hombros.

—Oeste, este o sur… morirán.

—No es una opción —dijo Hazel.

🤍

Annabeth

Esperaba que Hesíodo estuviera equivocado. Había perdido la noción del tiempo que Percy y ella llevaban cayendo: ¿horas? ¿Un día? Parecía que hubiera pasado una eternidad. Habían estado cogidos de la mano desde que se habían caído en la sima. Percy la atraía hacia sí, abrazándola con fuerza mientras se precipitaban hacia una oscuridad absoluta.

[...]

Rodeó a Percy con los brazos y trató de no llorar. Nunca había esperado que su vida fuera sencilla. La mayoría de los semidioses morían jóvenes a manos de monstruos terribles. Así había sido desde la Antigüedad. Los griegos inventaron la tragedia. Sabían que los héroes más colosales no tenían finales felices.

Aun así, no era justo. Había pasado muchas penalidades para recuperar la estatua de Atenea. Y justo cuando lo había conseguido, cuando las cosas habían mejorado y se había reunido con Percy, habían sufrido la caída mortal.

[...]

Annabeth pegó los labios a la oreja de Percy.

—Te quiero.

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