Percy Jackson y el ladrón del rayo III

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Decidimos dormir por turnos. Yo me ofrecí voluntario para hacer la primera guardia.

Annabeth se acurrucó entre las mantas y empezó a roncar en cuanto su cabeza tocó el suelo.

[...]

-¿Cómo vamos a entrar en el inframundo? -le pregunté-. Quiero decir, ¿qué oportunidades tenemos contra un dios?

-No lo sé. Pero en casa de Medusa, mientras tú rebuscabas en el despacho, Annabeth me dijo...

-Oh, se me había olvidado, claro. Annabeth ya debe de tener un plan.

-No seas tan duro con ella, Percy. Ha tenido una vida difícil, pero es una buena persona. Después de todo, me ha perdonado... -Le falló la voz.

-¿Qué quieres decir? Te ha perdonado ¿qué?

De repente, Grover pareció muy interesado en tocar la flauta.

-Un momento -insistí-. Tu primer trabajo de guardián fue hace cinco años. Y Annabeth lleva en el campamento también cinco años. ¿No sería ella... tu primer encargo que fue mal...?

-No puedo hablar de eso -repuso él, y el temblor de su labio inferior me indicó que se echaría a llorar si lo presionaba-. Pero como iba diciendo, en casa de Medusa, Annabeth y yo coincidimos en que está pasando algo raro en esta misión. Hay algo que no es lo que aparenta.

-Vale, lumbrera. Me culpan por robar un rayo que se llevó Hades, ¿recuerdas?

-No me refiero a eso. Las Fur... las Benévolas parecían contenerse. Igual que la señora Dodds en la academia Yancy... ¿Por qué esperó tanto para matarte? Y después, en el autobús, no estaban tan agresivas como suelen ponerse.

-A mí me parecieron agresivas de sobra.

Grover meneó la cabeza.

-Nos gritaban: «¿Dónde está? ¿Dónde?»

-Os preguntaban por mí -le dije.

-Puede... pero tanto Annabeth como yo tuvimos la sensación de que no preguntaban por una persona. Cuando preguntaron dónde está, parecían referirse a un objeto.

-Eso es absurdo.

-Ya lo sé. Pero si hemos pasado por alto algo importante, y sólo tenemos nueve días para encontrar el rayo maestro... -Me miró como si esperara respuestas, pero yo no las tenía.

[...]

Alguien me estaba sacudiendo.

Abrí los ojos y era de día.

-Vaya -dijo Annabeth-. El zombi vive.

El sueño me había dejado temblando. Aún sentía el contacto del monstruo del abismo en el pecho.

-¿Cuánto he dormido?

-Suficiente para darme tiempo de preparar un desayuno. -Me lanzó un paquete de cortezas de maíz del bar de la tía Eme-. Y Grover ha salido a explorar. Mira, ha encontrado un amigo.

Tenía problemas para enfocar la vista.

Grover, sentado con las piernas cruzadas encima de una manta, tenía algo peludo en el regazo, un animal disecado, sucio y de un rosa artificial. No, no se trataba de un animal disecado. Era un caniche rosa.

El chucho me ladró, cauteloso.

Grover dijo:

-No, qué va.

Parpadeé.

-¿Estás hablando con... eso?

El caniche gruñó.

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