Percy Jackson y el mar de los monstruos lll

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Allá donde íbamos, los marineros confederados nos miraban fijamente, con aquellas caras fantasmales y barbudas que relucían bajo sus cráneos. Annabeth les cayó bien en cuanto les dijo que era de Virginia. Al principio también se interesaron por mí, por el hecho de llamarme Jackson, como el famoso general sudista, pero lo estropeé al decirles que era de Nueva York. Todos se pusieron a silbar y maldecir a los yanquis.

Tyson les tenía verdadero pánico. Durante todo el paseo insistió a Annabeth para que le diese la mano, cosa que a ella no le entusiasmaba demasiado.

[...]

—Clarisse —dijo Annabeth—. Luke quizá vaya también tras el vellocino. Lo hemos visto; conoce las coordenadas y se dirige al sur. Tiene un crucero lleno de monstruos…

—¡Perfecto! Lo volaré por los aires, lo sacaré del mar a cañonazos.

—No lo entiendes —dijo Annabeth—. Tenemos que unir nuestras fuerzas. Deja que te ayudemos…

—¡No! —Clarisse dio un puñetazo en la mesa—. ¡Esta misión es mía, listilla! Por fin logro ser yo la heroína, y vosotros dos no vais a privarme de una oportunidad así.

—¿Y tus compañeros de cabaña? —pregunté—. Te dieron permiso para llevar a dos amigos contigo, ¿no?

—Pero… les dejé quedarse para proteger el campamento.

—¿O sea que ni siquiera la gente de tu propia cabaña ha querido ayudarte?

—¡Cierra el pico, niña repipi! ¡No los necesito! ¡Y a ti tampoco!

—Clarisse —dije—, Tántalo te está utilizando. A él le tiene sin cuidado el campamento. Le encantaría verlo destruido. ¡Te ha tendido una trampa para que fracases!

—¡No es verdad! Y me importa un pimiento que el Oráculo…

Se interrumpió bruscamente.

—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué te dijo el Oráculo?

—Nada. —Enrojeció hasta las orejas—. Lo único que has de saber es que voy a llevar a cabo esta búsqueda sin tu ayuda. Por otro lado, tampoco puedo dejaros marchar…

—Entonces ¿somos tus prisioneros? —preguntó Annabeth.

—Mis invitados. Por el momento. —Clarisse apoyó los pies en el mantel de lino blanco y abrió otra botella de SevenUp—. Capitán, llévelos abajo. Asígneles unas hamacas en los camarotes. Y si no se portan como es debido, muéstreles cómo tratamos a los espías enemigos.

[...]

Me descolgué de la rejilla de ventilación y terminé de subir las escaleras para unirme a Annabeth y Tyson en la cubierta principal.

—¿Qué pasa? —me preguntó Annabeth—. ¿Otro sueño?

Asentí, pero no dije nada. No sabía qué pensar sobre lo que acababa de ver abajo. Casi me inquietaba tanto como mi sueño sobre Grover.

[...]

—¿Es un huracán? —preguntó Annabeth.

—No —dijo Clarisse—. Es Caribdis.

Annabeth palideció.

—¿Te has vuelto loca?

—Es la única ruta hacia el Mar de los Monstruos. Justo entre Caribdis y su hermana Escila.

Clarisse señaló a lo alto de los acantilados y tuve la sensación de que allá arriba vivía algo con lo que era mejor no tropezarse.

—¿Cómo que la única ruta? —pregunté—. Estamos en mar abierto. Nos basta con dar un rodeo.

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