El hijo de Neptuno

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Percy

Percy notaba el peso de una tristeza indefinida en el pecho. Algo le decía que había estado antes en San Francisco. La ciudad guardaba alguna relación con Annabeth, la única persona que recordaba de su pasado. Le desalentaba lo vagamente que la recordaba. La loba le había prometido que volvería a verla y recuperaría la memoria… si tenía éxito en su viaje.

🤍

Entonces pensó en Annabeth, la única parte de su antigua vida de la que estaba seguro. Tenía que encontrarla.

[...]

—¿Qué decides? ¿La seguridad o un futuro de dolor e incertidumbre?

Detrás de él, las gorgonas chillaron al salir volando del túnel. Frank lanzó las flechas por el aire.

—¡Vamos, Percy! —gritó Hazel desde el medio del río.

En lo alto de las atalayas sonaron unos cuernos. Los centinelas gritaron y giraron las ballestas hacia las gorgonas.

Annabeth, pensó Percy. Se metió en el río dando grandes pasos. Estaba helado y era mucho más rápido de lo que había imaginado, pero no le importaba. Un nuevo vigor recorría sus extremidades. Sus sentidos estaban alerta como si se hubiera inyectado cafeína. Llegó a la otra orilla y dejó a la mujer al tiempo que se abrían las puertas del campamento. Docenas de chicos con armadura salieron en tropel.

🤍

—¿No recuerdas nada en absoluto? —preguntó—. ¿Sigues sin acordarte de nada?

—Fragmentos borrosos.

Percy echó un vistazo rápido a los galgos. No quería mencionar a Annabeth. Le parecía demasiado íntimo, y todavía estaba confundido con respecto al lugar donde encontrarla. Estaba seguro de que se habían conocido en un campamento… pero ese no le parecía el lugar adecuado.

Además, se negaba a compartir su único recuerdo claro. El rostro de Annabeth, su cabello rubio y sus ojos grises, su forma de reírse, de abrazarlo y de darle un beso cada vez que él hacía algo ridículo.

«Debe de haberme besado mucho», pensó Percy.

Temía que si revelaba ese recuerdo a alguien, se esfumara como un sueño. No podía arriesgarse a que eso pasara.

🤍

Luego Annabeth apareció corriendo a su lado, tendiéndole la mano.

—¡Gracias a los dioses! —gritó—. ¡Durante meses y meses no hemos podido verte! ¿Estás bien?

Percy recordó lo que Juno había dicho: «Durante meses ha estado durmiendo, pero ya está despierto». La diosa lo había mantenido oculto a propósito, pero ¿por qué?

—¿Eres real? —preguntó a Annabeth.

Deseaba tanto creerlo que se sentía como si tuviera a Aníbal el elefante encima del pecho. Pero el rostro de ella empezó a disolverse.

—¡No te muevas! —gritó Annabeth—. ¡A Tyson le será más fácil encontrarte! ¡Quédate donde estás!

Entonces desapareció.

[...]

Salió de la cama y se vistió. Durante todo el tiempo, pensó en Annabeth. La ayuda estaba en camino. Podría recuperar su antigua vida. Lo único que tenía que hacer era no moverse.

[...]

Percy se imaginó cómo sería esa vida: conseguir un piso en esa diminuta réplica de Roma, protegida por la legión y por Término, el dios obsesivo-compulsivo de la frontera. Se imaginó haciendo manitas con Annabeth en un café. Tal vez, cuando fueran mayores, viendo a su hijo perseguir gaviotas a través del foro…

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