Percy Jackson y el mar de los monstruos ll

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Tal como lo veía Tántalo, los pájaros del Estínfalo estaban en el bosque ocupados en sus propios asuntos y no nos habrían atacado si Annabeth, Tyson y yo no los hubiéramos molestado con nuestra manera de conducir los carros.

Aquello era tan rematadamente injusto que le dije que se fuera a perseguir dónuts a otra parte, cosa que no ayudó a mejorar las cosas. Nos condenó a los tres a patrullar por la cocina, o sea, a fregar platos y cacharros toda la tarde en el sótano con las arpías de la limpieza. Las arpías lavaban con lava, no con agua, para obtener aquel brillo súper limpio y acabar con el 99,9 por ciento de los gérmenes. Así que Annabeth y yo tuvimos que ponernos delantal y guantes de asbesto.

A Tyson no le importaba; sumergió sus desnudas manos y empezó a fregar, pero Annabeth y yo tuvimos que soportar durante horas aquel trabajo peligroso y sofocante, especialmente porque había toneladas de platos extra. Tántalo había encargado a la hora del almuerzo un banquete especial para celebrar la victoria de Clarisse: una comida muy completa que incluía pájaros del Estínfalo fritos a la paisana.

Lo único bueno del castigo fue que nos proporcionó a Annabeth y a mí un enemigo común y tiempo de sobra para hablar. Después de escuchar otra vez el relato de mi sueño sobre Grover, me pareció que quizá empezaba a creerme.

—Si realmente lo ha encontrado —murmuró—, y si pudiéramos recuperarlo…

—Espera un momento —dije—. Actúas como si eso que Grover ha encontrado, sea lo que sea, fuera la única cosa del mundo capaz de salvar al campamento. ¿Qué es exactamente?

—Te voy a dar una pista. ¿Qué es lo que consigues cuando despellejas a un carnero?

—¿Montar un estropicio?

Ella suspiró.

—Un vellón. La piel del carnero se llama vellón o vellocino, y si resulta que ese carnero tiene lana de oro…

—El Vellocino de Oro. ¿Hablas en serio?

Annabeth dejó en la lava un plato lleno de huesos de pájaro.

—Percy, ¿te acuerdas de las Hermanas Grises? Dijeron que conocían la posición de lo que andabas buscando, y mencionaron a Jasón. También a él le explicaron hace tres mil años cómo encontrar el Vellocino de Oro. Conoces la historia de Jasón y los Argonautas, supongo.

—¡Sí! —dije—. Esa vieja película con los esqueletos de arcilla.

Annabeth puso los ojos en blanco.

—¡Oh, dioses, Percy! Eres imposible.

—¿Cómo era, pues?

—Escúchame bien. La verdadera historia del Vellocino de Oro trata de dos hijos de Zeus, Cadmo y Europa, ¿sí?, que iban a convertirse en víctimas de un sacrificio humano y suplicaron a su padre que los salvara. Zeus envió un carnero alado con lana de oro, que los recogió en Grecia y los trasladó hasta Cólquide, en el Asia Menor. Bueno, en realidad sólo trasladó a Cadmo, porque Europa se cayó en el trayecto y se mató. Pero eso no importa.

—A ella sí le importaría…

—La cuestión, ¡Percy!, es que cuando Cadmo llegó a Cólquide, ofrendó a los dioses el carnero de oro y colgó el vellocino en un árbol en mitad de aquel reino. El vellocino llevó la prosperidad a aquellas tierras; los animales dejaron de enfermar, las plantas crecían con más fuerza y los campesinos obtenían cosechas abundantes. Las plagas desaparecieron, y por eso Jasón quería el vellocino, porque logra revitalizar la tierra donde se halla. Cura la enfermedad, fortalece la naturaleza, limpia la polución atmosférica…

—Podría curar el árbol de Thalia.

Annabeth asintió.

—Y reforzaría también las fronteras del campamento, Percy. Pero el Vellocino de Oro lleva siglos perdido; montones de héroes lo han buscado sin éxito.

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