Percy Jackson y el mar de los monstruos l

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Me senté en la cama de golpe, tiritando.

No había tormenta ni ningún monstruo. La luz de la mañana se colaba por la ventana de mi dormitorio.

Me pareció atisbar una sombra a través del cristal: una forma humana. Enseguida oí que golpeaban mi puerta y a mi madre llamándome:

—Percy, vas a llegar tarde.

La sombra de la ventana desapareció.

Tenía que ser mi imaginación. Era la ventana de un quinto piso, con una salida de incendios antiquísima y desvencijada… Era imposible que hubiera nadie ahí fuera.

[...]

Me vestí lo más rápido que pude. Procuraba no pensar en mi pesadilla, ni en monstruos, ni en la sombra de la ventana.

[...]

Al salir a la calle, miré el edificio de piedra rojiza de enfrente. Por un segundo vi una sombra oscura, una silueta humana dibujándose contra la pared, una sombra que no parecía pertenecer a nadie.

Luego empezó a ondularse y se desvaneció.

🌊

En Sociales, mientras dibujábamos mapas de latitud—longitud, abrí mi cuaderno de anillas y miré la foto que guardaba dentro: mi amiga Annabeth, de vacaciones en Washington D.C. Iba con vaqueros y una cazadora tejana sobre una camiseta naranja del Campamento Mestizo, llevaba su pelo rubio recogido con un pañuelo y posaba de pie frente al Lincoln Memorial, con los brazos cruzados y el aire de estar muy satisfecha consigo misma, como si ella en persona hubiera diseñado el monumento. Ya sabes, Annabeth quiere ser arquitecto cuando sea mayor y por eso se pasa la vida visitando monumentos famosos y cosas por el estilo. Es un poquito rara en este sentido. Me había enviado la fotografía por e—mail después de las vacaciones de Pascua, y yo la miraba de vez en cuando para recordarme que Annabeth era real y que el Campamento Mestizo no era un producto de mi imaginación.

Ojalá hubiese estado conmigo en aquel momento; ella habría sabido qué significaba mi sueño. Nunca lo reconocería en su presencia, pero, a decir verdad, ella era más lista que yo, por muy irritante que resultara a veces.

Estaba a punto de cerrar el cuaderno, cuando Matt Sloan alargó el brazo y arrancó la foto de las anillas.

—¡Eh! —protesté.

Sloan le echó un vistazo a la foto y abrió los ojos como platos.

—Ni hablar, Jackson. ¿Quién es? ¿No será tu…?

—Dámela. —Las orejas me ardían.

Sloan pasó la foto a sus espantosos compinches, que empezaron a soltar risitas y romperla en pedacitos para convertirlos en proyectiles.

[...]

Sus enormes compinches masticaron mi foto. Yo deseaba pulverizarlos, pero tenía órdenes estrictas de Quirón de no desahogar mi cólera ante simples mortales, por detestables que me resultasen. Tenía que reservar mis fuerzas para los monstruos.

Aun así, no pude dejar de pensar: «Si supiera Sloan quién soy realmente…»

Sonó el timbre.

Mientras Tyson y yo salíamos de la clase, una voz femenina me llamó en un susurro:

—¡Percy!

Miré alrededor y escudriñé la zona de las taquillas, pero no había nadie que me prestara atención. Por lo visto, las chicas del Meriwether no se habrían dejado pillar ni muertas pronunciando mi nombre.

Antes de que pudiera considerar si no habrían sido imaginaciones mías, un montón de chicos cruzaron el pasillo y nos arrastraron a Tyson y a mí hacia el gimnasio. Era la hora de Deportes. Nuestro entrenador nos había prometido un partido de balón prisionero, en plan batalla campal. Y Matt Sloan había prometido matarme.

[...]

—Se acerca mi almuerzo. —Levantó el brazo para lanzarme el proyectil, y yo me preparé para morir.

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