Percy Jackson y el ladrón del rayo V

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El Elíseo.

En medio de aquel valle había un lago azul de aguas brillantes, con tres pequeñas islas como una instalación turística en las Bahamas. Las islas Bienaventuradas, para la gente que había elegido renacer tres veces y tres veces había alcanzado el Elíseo. De inmediato supe que aquél era el lugar al que quería ir cuando muriera.

—De eso se trata —me dijo Annabeth como si me leyera el pensamiento—. Ése es el lugar para los héroes.

Pero entonces pensé que había muy poca gente en el Elíseo, que parecía muy pequeño en comparación con los Campos de Asfódelos o incluso los Campos de Castigo. Qué poca gente hacía el bien en sus vidas. Era deprimente.

[...]

—Supongo que es un poco tarde para dar media vuelta —comentó Grover, esperanzado.

—No va a pasarnos nada. —Intentaba aparentar seguridad.

—A lo mejor tendríamos que buscar en otros sitios primero —sugirió Grover—. Como el Elíseo, por ejemplo…

—Venga, pedazo de cabra. —Annabeth lo agarró del brazo.

Grover emitió un gritito. Las alas de sus zapatillas se desplegaron y lo lanzaron lejos de Annabeth. Aterrizó dándose una buena costalada.

—Grover —lo regañó Annabeth—. Basta de hacer el tonto.

—Pero si yo no…

Otro gritito. Sus zapatos revoloteaban como locos. Levitaron unos centímetros por encima del suelo y empezaron a arrastrarlo.

Maya! —gritó, pero la palabra mágica parecía no surtir efecto—. Maya! ¡Por favor! ¡Llamad a emergencias! ¡Socorro!

Evité que su brazo me noqueara e intenté agarrarle la mano, pero llegué tarde. Empezaba a cobrar velocidad y descendía por la colina como un trineo. Corrimos tras él.

—¡Desátate los zapatos! —vociferó Annabeth.

Era una buena idea, pero supongo que no muy factible cuando tus zapatos tiran de ti a toda velocidad. Grover se revolvió, pero no alcanzaba los cordones.

Lo seguimos, tratando de no perderlo de vista mientras zigzagueaba entre las piernas de los espíritus, que lo miraban molestos. Estaba seguro de que Grover iba a meterse como un torpedo por la puerta del palacio de Hades, pero sus zapatos viraron bruscamente a la derecha y lo arrastraron en la dirección opuesta.

La ladera se volvió más empinada. Grover aceleró. Annabeth y yo tuvimos que apretar el paso para no perderlo.

[...]

El túnel se ensanchaba hasta una amplia y oscura caverna, en cuyo centro se abría un abismo del tamaño de un cráter.

Grover patinaba directamente hacia el borde.

—¡Venga, Percy! —chilló Annabeth, tirándome de la muñeca.

—Pero eso es…

—¡Ya lo sé! —gritó—. ¡Es el lugar que describiste en tu sueño! Pero Grover va a caer dentro si no lo alcanzamos. —Tenía razón, por supuesto. La situación de Grover me puso otra vez en movimiento.

[...]

Oí algo: un susurro profundo en la oscuridad.

—Percy, este lugar… —dijo Annabeth al cabo de unos segundos.

—Chist. —Me puse en pie.

El sonido se volvía más audible, una voz malévola y susurrante que surgía desde abajo, mucho más abajo de donde estábamos nosotros. Provenía del foso.

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