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Gota tras gota, la paciencia era esencial en este oficio tan letal.
El hedor a humedad y muerte lo asediaba,sin embargo nada de esto era ajeno a la víbora roja quién a pesar de su apreciada juventud había vertido ya la suficiente sangre sobre sus manos para no temerle a cualquier juicio que los dioses intentaran ejercer en su contra.
La mirada astuta e hipnotizante de la cual era dueño,dominaba con destreza el arte de destilar así como igualmente el arte de coquetear con la muerte , esto último resultando de una importancia más vital que cualquier otra pequeña estupidez que un señor pudiese encontrar más valiosa.

Si Oberyn fallaba aunque fuese en el detalle de parpadear en el preciso instante en que la última gota hubiese terminado de unirse a sus hermanas en el resto del frasco, estaría tan frío e inerte como los cadáveres de sus queridos hermanos.

Inclinado sobre la fina mesa de madera, reclinó ambas manos con la esperanza de al fin dar por terminado su trabajo.

"Si tan solo fuera como extraer veneno de una serpiente..." No se atrevió a pronunciarlo en voz alta. Los dioses de la muerte seguían observando de cerca, no sería apropiado ofenderlos.
La luz del anochecer se filtraba delicadamente por la diminuta rendija que suponía ser una improvisada ventana en el sótano de Lanza del Sol.

El murmullo de las arenas aguardando a por la llegada de Nymeria, -pues la arena sabe aquello que los hombres ignoran- era su único testigo.
Incluso su hijita, la recién nacida Obara , cuya madre le había obsequiado una de las mejores noches de su vida en algún rincón oculto de Antigua, dormía apaciblemente sobre su cabeza en la seguridad y cuidados de su querida hermana Elia, quién rehusaba a permitir que la niña, -bastarda o no- durmiera en aposentos ajenos a los de ella.

-¿Sabes que es una niña de carne y hueso, verdad?- le recordó Oberyn de la manera más apacible que se pudo permitir, observando con un dejo de nerviosismo la manera en la que su hermana acunaba a su sobrina en brazos, recorriendo los jardines de Doran de punta a punta.

-Te equicocas- lo retaba con picardía mientras dotaba de besos al pequeño retono de Sol. -es una niña de escamas y arena. Mi Obara.

Cada vez que Elia levantaba a su hija en brazos tenía la visión más bella del mundo: una legión de sus propias serpientes.

Las serpientes de arena, las llamaría y al resonar sus nkmbre por cada reino, los hombres huirían en manada.
Entre recuerdo y recuerdo Oberyn sucumbió al sueño, fallando de nuevo.

Pasaron las horas, la arena se arremolinaba entre sí, el agua se evaporaba y algún débil cobarde moría entre espejismos.

Meraxes rugía desde algún inédito rincón.

De pronto, la paz se vió perturbada.

Una huesuda mano se posó en su hombro, la frialdad que irradiaba era tan cortante como una lanza al corazón. Las venas que sobresalían debido al precio de los años transmitían en su joven piel la descomfortante sensación de la sangre al recorrer su cuerpo, llevando la sangre a todo ese devastado cuerpo, un cuerpo sometido al servicio de Dorne.

-Oberyn, tenemos que hablar.

𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora