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Estando al pie de la puerta del tesoro más preciado del Norte, -aquella joya, envidiada por unos y codiciada por otros-, Ser Jorah Mormont no pudo evitar si no pensar que quizás Lord Rickard Stark había enviado a su hija dentro de las fauces de una criatura mucho más temible que un lobo.

No había palabra para describir a la corte; era difícil tratar de describir aquel repugnante ambiente

"Ve con ella, guárdala. Eso te distraerá" le había aconsejado Ser Rodrik Cassel tras una noche en una taberna cerca de Winterfell donde Jorah no hizo más que lamentarse del fallecimiento de su esposa y su hijito.
Sin duda esta era una distracción para el joven oso, pues pronto fue testigo de la intrigante naturaleza de Nyria, de la cual le había advertido su padre Jeor justo antes de partir a la guardia de la noche, durante esos tiempos en que los festines bajo el techo de los señores del inviernoneran tan abundantes como el vino.

-Ella es una verdadera hija del Invierno, quién dude de ello estará cuestionando el legado de Brandon, el constructor.- Por supuesto, Jorah incrédulo ante todo relato que el no pudiera comprobar, ignoró sus palabras tomándolo por resultado de un ferviente fanático de los Stark, como siempre lo sería toda la región.

Sin embargo y pata su grata sorpresa, era cierto. Aquel lugar había puesto de cabeza todo concepto de honradez que albergara en sí, pues juraría que Varys cambiaba de lealtad más rápido que el de armadura.
Nyria por su parte, se había mantenido firme y leal a sus principios desde el momento rn que había subido a su carruaje rumbo a la capital.

-Solo espero que en verdad sea bueno, de lo contrario me escaparé por la ventana más cercana.

Jorah había alzado una gruesa ceja mientras intentaba mantenerse en equilibrio ante el inestable camino que tenían debajo.

-No debería decir cosas así.

-Sólo pido un esposo de carne y hueso, no un caballero glorificado de canciones de los bardos.

-¿Y si no lo es?-puede que la pregunta hubiera resultado escandalosa, irreverente incluso, pero era necesario formularla, el amor era algo raro en Westeros.
Su pregunta quedaría sin respuesta, siendo llevada por el viento hacia una cueva de la que nunca volvería a escapar. Aún recordaba el semblante de Nyria tras la pregunta: aterrada.

'Cuando el lobo teme, todo muere.'

Ambos lo habían aprendido con los rumores que habían florecido como hierba venenosa en un jardín.

Con el interés a flor de piel, los señores del reino acudían a su puerta, -o mejor ducho sus mensajeros-, con regalos y halagos todos recogidos por él y las damas de compañía.

Sin embargo aquel día probaría el ser distinto,pues mientras el Sol daba paso a la luna, derramando así una luz que le recordó el escarlata de la sangre, escuchó en la distancia el claro sonido de pisadas aproximándose.

Ser Jorah no pudo evitar dejar escapar un resoplido de angustia y cansancio, preguntándose cuántas horas las vacías palabras de bienvenida llegarían a dudar, o cuántas joyas se acumularían a sus pies.
-No son para mí-decía su pequeña señora de manera sombría ante los presentes apilados en pequeñas montañas sobre los muebles de sus aposentos -Son por Arthur y su amistad con el príncipe.

Alguna vez Arthur la escucho pronunciando frases similares, su reprimienda fue sumamente conmovedora:

-Mi amada Nyria- al parecer unas cuantas lunas habían bastado para que el prometedor caballero la denominara como tal- Solo mírate al espejo, princesa o no cualquier sastre te vestiría con las más finas telas a petición de cualquiera, los joyeros se adentrarian en las entrañas de las cavernas con tal de complacerte con los más bellos collares del mundo.

Para Jorah todo aquello era un misterio, incluso él en sus escasos años de matrimonio rara vez le había dedicado palabras así a su esposa en el poco tiempo que los dioses le concedieron a su lado.
En cuestión de diez días, Ser Arthur Dayne y Nyria Stark eran el epicentro de un amor a plena vista y aún así, nadie parecía saber de dónde provenía ese vínculo; ardiente tal y como los besos que se decía Arthur le robaba a escondidas, entre los rosales de los jardines.
Por supuesto Ser Jorah nunca cuestionaba a Nyria en dicho aspecto, pero era imposible hacer la vista gorda ante la felicidad en el rostro de la doncella cada vez que volvía de una de sus aventuras en compañía de Ser Arthur,por supuesto nadie requería de los servicios de un simple mortal como él, - hombres y animales se doblegaban ante la vista de Albor que tantas leyendas había forjado-. Aunque lo de todo aquello no era la espada en sí, el portador en cambio...

Más de una doncella mordía sus labios hasta sangrar de tan solo verse forzada a observar a Arthur ayudar a su prometida a desmontar.
La manera en que sus brazos se aferraba en torno a la delicada cintura que poseía la loba indomable eta suficiente para revelar los anhelados músculos del caballero, quien con ese simple gesto evocaba en todo aquel que lo mirara, el innegable deseo de la tentación que tanto reprimía Nyria en sí. -en secreto, claro está-.

Así pues, finalmente los visitantes arribaron ante Jorah Mormont:
Flanqueado por dos capas blancas, con la espada en cinto y cascos en mano, Rhaegar Targaryen le ofrecía una caja de terciopelo del tamaño de la palma de su mano. Terciopelo negro como aquel del estandarte que alguna vez se había visto en la antigua Valyria.

-De la Reina Rhaella, para Lady Nyria- su voz, férrea a pesar de su edad sería una que Jorah nunca iría a olvidar. -A mi madre le complacería que lo usara en la corte mañana.

Al observar más detenidamente, se percató de la vestimenta que portaba: una ligera armadura de acero recién pulida, lista para usarse en entrenamiento, era cierto que tan solo hace meses el príncipe había sido objeto de burlas, pues se decía que la reina seguramente había tratado una vela para que su hijo comenzara s leer en el vientre, pero las burlas cambiaron a gritos de júbilo y vítores de a montón cuando comenzó a dejar lo primero de lado para abrirse paso en el combate.

Hábil y fuerte, el dragón comenzaba a asomar su cabeza de entre las cenizas.

Tras las habituales preguntas de agradecimiento y una leve reverencia, partió mientras Ser Barristan Selmy y su hermano juramentado Ser Gerold Hightower se mostraron aliviados de que el futuro esposo de la joven Stark supiera alzar una espada, pues a su parecer Jorah les resultó demasiado escuálido para su importante encomienda.

Para Jorah la cuestión era otra:

¿Acaso Rhaegar había encontrado una razón para al fin poner el acero al alcance de su mano en sus libros, o quizás en algo más?

𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora