Para cuando Dorne volvió a posar su mirada en sus príncipes en compañía de su madre, la princesa de Lanza del Sol, la observación más recurrente fue lo alto, apuesto y esbelto que se había vuelto Oberyn a comparación de su hermano mayor, a pesar de que la diferencia entre ambos comprendía una década entera.
Para la histórica ocasión no se había reparado en gasto ni excentrcidad alguna: señores y señoras de alcurnia comenzaban a abarrotar la estancia designada a la boda que finalmente terminaría por unir los siete reinos,- quizás por fin la encomienda iniciada por Jaehaerys llegaba a su fin -, incluso los bastardos más infames escoltaban a sus progenitores, los más afines a sus padres -es decir aquellos que no conocían la vergüenza que usualmente se les atribuye a su naturaleza-;cargaban a sus medios hermanos sobre los hombros, ansiosos de comprobar si en efecto la novia poseía los afilados colmillos de un lobo huargo.
En pocas ocasiones Campoestrella había protagonizado congregaciones de tal magnitud, sin embargo nada menos podía esperarse ahora.
Los dioses habían bendecido a los novios con un esplendoroso atardecer: el cielo se había teñido de un rosado vibrante que se mezclaba con un violeta intenso cual amatista.
Incluso el agua del río que rodeaba el castillo parecía resplandecer, al igual que los tocados de oro colgando por todo el castillo.Desde la escalinata principal, los variados aromas de los alimentos que acompañarían el festín eran percibidos, y muy pronto el salón que ostentaría la celebración comenzó a recibir a sus distinguidos invitados.
Una larga mesa de grueso roble,más antiguo que la mayoría de Poniente mismo se extendía hasta donde alcanzaba la vista, rodeada por tapices exóticos traídos del otro lado del mar de verano y Essos por igual. Exquisitos candelabros esculpidos de.diamantes casi tan resplandecientes como el sol colgaban del techo, siendo de gran utilidad para guiar a los invitados hacia sus designados lugares.
La casa Martell por supuesto, contaba con un prestigioso lugar a su disposición: Sentada a desde un extremo no tan alejado del centro se hallaba la princesa Doreah, presedida por sus hijos, Doran y Oberyn.
La matriarca había ordenado conforme a las tradiciones que se ataviase a sus hijos -e incluso a su nieta bastarda- en los colores de su casa, por lo que la lanza que atravesaba el sol no era difícil de admirar de entre la muchedumbre.Sentado a la izquierda del príncipe Oberyn, Ayrmidon Dayne, acreditado por haberse rendido en combate singular frente a su hermano menor a duelo por la espada ancestral de su casa, mantenía una expresión estoica, quizás debido a que a tan solo unos palmos de su cabeza se hallaba la gran chimenea central, sobre la cual el lugar correspondiente a Albor se encontraba vacío.
El constante recordatorio de su fracaso y vergüenza.
En contraste, la Princesa Elia nunca se había visto tan alegre, los incesantes parloteos de Allyria Dayne le arrancaban sonrisas y risitas de cuando en cuando que con gusto compartía con la pequeña Obara sentada en su regazo.
Ashara por su parte, aún se ocupaba en vestir y aconsejar a la joven Stark que muy pronto renunciaría a su nombre por el de los señores que habían derribado a las estrellas.
-Mi hermano será gentil con usted, puede que incluso más de lo que espera -los ojos lila que caracterizaban a su familia prestaban especial atención al encaje que cubría a Nyria. - Le enseñará la manera Dorniense.
Aquellas palabras no hicieron más que hacer que la sangre usualmente fría, hirviera.
-Si tiene suerte sus hijos serán tan bellos como los dragones - en eso no mentía; puede que Ashara no hubiese heredado aquellos rasgos que se atribuían a los domadores de las escamosas bestias, sin embargo, Ayrmidon, el mayor de los Dayne sí que los poseía: cabello plateado, largo y resplandeciente como la luna llena, ojos violeta y el porte determinado de quien sabe que nació para heredar y procurar todo un legado. -si sabe....llevar a cabo el acto, ¿verdad?
Todo nerviosismo fue bien oculto bajo una amable sonrisa.
-Por supuesto, es sencillo. Es un deber.
Las lecciones de sus septa eran difíciles de olvidar: mejillas enrojecidas y con él corazón en la garganta, Nyria había sido lo más reservada posible con respecto a sus preguntas con el tema.
"Deber. Honor. Lealtad" aquella frase la tenía grabada hasta la médula.
-Puede que no sea placentero, pero de nosotras las mujeres depende la crucial tarea de la continuación de los linajes. - le había dicho su septa.
Sin embargo, los encuentros que ya había tenido previamente con Arthur Dayne contradecían todas esas enseñanzas que le habían obligado a memorizar.
Aquellos fugaces instantes en donde se tomaban de la mano, o se entrelazaban sus miradas para preguntarse mutuamente si realmente eso era amor, aquel sentimiento que ambos sentían creciendo en su ser.
Esa desesperación a la que inevitablemente el ser humano se rinde sin objeción, le hacía pensar que realmente había sido bendecida.-Un deber que seguramente llegará a disfrutar -murmuró Ashara con el dejo de una traviesa sonrisa -Aquí en Dorne, los bastardos no nacen por obras milagrosas.
-Ya lo creo
Con un leve crujido las puertas de la habitación cedieron levemente ,fue entonces que justo cuando se disponía a acomodar su velo, Nyria sintió una punzada en la muñeca.
Rápidamente recorrió la tela que cubría su brazo: el corazón le dio un vuelco.La corteza de un árbol corazón, blanca como el mundo al que estaba a punto de renunciar. Era un pedazo delgado y lo suficientemente diminuto como para pasar desapercibido a una buena distancia, sin mencionar que se ocultaba en la parte interna de la manga de su vestido.
-Madre - murmuró para sí mientras las lágrimas amenazaban con nublar sus ojos.
Cosido delicadamente a la tela ahí estaba, su último adiós.
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𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)
Fanfiction"La canción de hielo y fuego ha de ser entonada sea cual sea el precio..." Corre el año 272 D.C en Poniente, entre alianzas y compromisos hay uno que destaca entre la corte de el ahora Rey Aerys II: Arthur Dayne, recién nombrado Espada del Alba se...