𝐀𝐦𝐨𝐫,𝐚𝐦𝐨𝐫...

296 32 0
                                    

Las dulces y melancólicas composiciones musicales del príncipe Rhaegar nunca habían logrado abrirse paso en el corazón de Arthur Dayne hasta ese día.
Ahí, en la cuna de la tragedia, muerte, ambición, de los pecados, -el escondite de la lujuria, la codicia...- por fin podia escuchar con claridad.
Las calcinadas piedras que en su momento pudieron haber sido llamadas Summerhall los rodeaban co.o una especie de ejército derrotado en el campo de batalla.

Puede que ninguno de los dos lo fuera admitir pronto, pero la sensación de ser observados nunca se desvanecía. Las horas se escurrían entre las cuerdas de la lira de Rhaegar, pasando entre sus finos y largos dedos hasta finalmente caer en el suelo de adoquines resquebrajados bajo sus pies. De su presencia emanaba una infinita fuente de luz, posiblemente provista por sus plateadas hebras, sobre las cuales se alzaba el cielo nocturno en todo su orgullo y esplendor.

Las estrellas se apegaban a su crucial tarea de brindar una luz que acompañara a ambos, pues el resplandor de la fogata que proyectaba sombras deformes e incluso quizás con un dejo de malicia, algo lo cual Arthur rechazaba fervientemente.

-No deberíamos venir aquí, tu fascinación por este lugar es...- el caballero ladeo la cabeza, batallando por armarse de valor para expresar lo que sentía con la delicadeza merecida por su amigo .

Do, Re, Mi, Fa,Sol....

Las notas se burlaban de él pues el dragón no es una oveja, el dragón no sigue órdenes, el dragón solamente ignora a la estrella al cruzársela por el firmamento.

-Estoy en mi derecho.

-Rhaegar...

-¿Quién me lo va a impedir.. Duncan el alto? - su tono no cargaba soberbia, sino tranquilidad, como quien está a punto de hundirse en un profundo sueño. -No estamos profanado tumba alguna...esta es mi cuna, ¿Cuántas veces he de decírtelo?

De pronto, justo cuando se dignaba a responder un aullido invadió la estancia. No era uno proveniente de un animal ,si no de una garganta humana. El vello de los brazos se le erizó instantáneamente.

Las horribles sombras sin pies ni cabeza comenzaron a danzar en torno a ellos: se retorcían y doblaban en formas inhumanas, imposibles para alguien de carne y hueso. Sin embargo, a pesar del espectáculo el príncipe resultó tan en calma como siempre. Arthur se hallaba boquiabierto.

-¡Cuidado mi príncipe!- se incorporó de un salto, dejando caer el libro de poemas que se disponía a leer. Como buen y honrado caballero desenfundó a Albor, el chirrido del acero liberándose del cuero se vió reprimido por los alaridos y aullidos de dolor de una mujer, invisible ante la vista por más que se intentara encontrarla.
Las sombras comenzaron a reír; de sus bocas, surgieron columnas de humo, tal y como habían surgido en aquel mismo lugar hace todos esos años...

La tos no se hizo esperar, Arthur Dayne sucumbía lentamente ante la falta de aire para respirar, su visión nublándose mientras intentaba aferrarse a Rhaegar desesperadamente. Per ya no estaba ahí.

-¡RHAEGAR RHAEGAR!- La tos le arañaba la garganta, le parecía como si se tratase de un puñal abriéndose paso a través de su garganta.

Y de pronto, la calma llegó.

La turba de espectros le cedió el paso a una cegadora luz.

Nyria, ataviada en un vestido negro, extendió una angelical mano en su dirección, sostenía su libro de poemas.

-Por orden del rey.

Su rostro estaba surcado de lágrimas.

Arthur quiso ofrecerle palabras de consuelo, preguntar:

"Por los siete infiernos, ¿Qué sucede?"

Pero las palabras nunca pudieron ver la luz, sus labios estaban sellados, condenándolo a ser únicamente capaz de observar, más no hablar.

Un guerrero silencioso.

En las hojas del libro ahora no había verso alguno, las rimas se habían evaporado, solo quedaban las páginas completamente en blanco.

Antes de que cualquier otra pregunta aflorara, Arthur despertó: jadeando y temblando.

𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora