𝑳𝒐𝒔 𝒅𝒓𝒂𝒈𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒑𝒊𝒆𝒅𝒓𝒂

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Resguardado tras la protección impenetrable de de una ostentosa habitación, Aerys segundo de su nombre concluía la realización de una plegaria en nombre de los siete rozando sus manos delicadamente contra las arrugas que surcaban su frente, siendo estas un fruto de encomendación pura hacia la fe, pues la edad y la vejez no era un precio que los dragones a menudo pagaban.

En tiempos antiguos, los dragones que sus ancestros montaban en toda su gloria los mantenían bebiendo de la fuente de la juventud, así como una inmunidad fente a cualquier hoja de acero que se atreviese a alzarse contra la sangre de la antigua valyria.

Sin embargo, ahora henos aquí; de rodillas ante unas deidades que se rehusaban a darle su favor. Rhaella ya había estado encinta más veces de las que osaba contar con sus propias manos, teniendo la esperanza de engendrar más hijos para preservar el linaje puro y reinante sobre los siete reinos. A pesar de los exhaustivos cuidados proporcionados a los recién nacidos, uno tras otro acudía ante la presencia de los dioses, sin pensar en el dolor provocado al dejar sus cunas evidentemente vacías.

No podía negar la existencia de su hijo. Un príncipe que con una pizca de fortuna se convertiría en la reencarnación del conquistador, -pues por más arduo que fuera el trabajo de Ser Barristan, el reflejo en los ojos del caballero delataban sus verdaderos pensamientos: 'Rhaegar asemeja su ser a Baelor el santo' - confesion que permanecería en la penumbra hasta el fin de los tiempos pues quien porta la capa blanca no es nada más que un escudo. Un objeto sin habla , sin pertenencia propia.

Un peón a la espera de ser usado.

Ahora sus expectativas recaían en la pequeña flama que suponía ser el príncipe Aegon, cuyo nacimiento era un verdadero milagro, un inegable alivio para el reino. Si los dioses eran piadosos, permitirían al drgoncito ser el portador de un corazón saludable y fuerte pero sobre todo quizás le otorgarán un carácter agraciado y gentil, opuesto a su padre.

Con un prolongado suspiro producto del ajetreado día que le esperaba por delante, Aerys se ciñó la pesada diadema de rubíes y acero que tenía por corona, de acuerdo al herrero, la suya era la réplica más leal a la que alguna vez había portado Aegon. No el usurpador, sino su antecesor.

Bajo sus pies aún aguardaban señores de suma importancia, esperanzados de al fin poder contemplar s su rey pues considerables meses habían ya transcurrido desde la última ocasión en que lo habían hecho propiamente, de saber el motivo de su ausencia las damas habrían derramado las lágrimas suficientes para abastecer el septo de agua bendita. No por el, sino por la reina.

En aquel preciso instante las puertas de roble contiguas a sus aposentos se abrieron de par en par, trayendo consigo el aroma de las hierbas nedicinales que acompañaban a Rhaella se hizo presente en la habitación.

Cabizbaja, la mujer que alguna vez había conocido la dulzura de un amor veraz y joven ahora era presa de dos septas, que en ocasiones resultaban igual de imponentes que la guardia real.
Las sombras que dichas mujeres proyectaron en el suelo fye el anuncio que el rey había estado esperando para partir a la celebración .

-Ya era hora - dijo su esposo al tiempo que sus ojos evadieron la figura de su hermana, su belleza resultándole obscenamente aburrida.

Para sus adentros, Rhaella deseaba desencadenar todo rastro de ira contra tan despreciable abominación que se veía obligada a llamar esposo.

'Qué ironía la tuya, pretendes traer a los dragones sus tumbas de cenizas, pero insistes en encadenarme. Olvidas lo primordial: Un dragón no es un esclavo'

Desde hace mucho la vida se había tornado en su enemiga,cuál enredadera venenosa que se le enroscaba en torno al cuello,la alzaba en el aire y la proclamaba la reina del amor y la belleza, más la corona concedida ya estaba marchita y desvanecida, quedando solo las espigas.
Al observar lo que había bajo ella, a diferencia de su hermano, ella no veía a ningún señor importante, ni siquiera a alguna doncella pues ellas estaban demasiado ocupadas desvaneciendo bajo las sábanas de la cama de su marido.

Tan solo veía a sus hijos:
Rhaegar, perdido entre las melodías de su preciada arpa, demasiado absorto como para auxiliarla. Y Aegon, el bebé que acababa de ver la luz del día apenas se encontraba a su alcance pues Aerys había ordenado a Ser Jonothor Darry custodiar a su príncipe bajo órdenes que impedían que incluso su madre lo visitara por tenor a que esté muriera pues su prematuro nacimiento había tomado a todos por sorpresa.

"Como reina tendrás una vida digna" le había asegurado su padre tras haberle expresado su deseo por un matrimonio con Ser Bonifer Hasty. El único amor que tendría en su vida.

Sin embargo, el fuego arrebata sin piedad, y ahora no le quedaba más que tener ese perdido amor en sueños.

𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora