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El espeso sabor de la cerveza siempre había resultado algo ajeno en labios de Brandon. Había una cierta esencia con respecto al amargo sabor, o quizás era la manera en la que el líquido siempre le escurría por la barbilla tras atravesar la pelusa que significaba su barba.

-El Lord Comandante lo atenderá pronto- la trepidante voz que se había apoderado de sus oídos le recordó dónde estaba. -Debe disculpar su inpuntualidad.

Nadie podía negar que Aegon en efecto había conquistado los siete reinos con fuego y sangre, sin embargo sus dragones no solo se doblegaron ante las lanzas de Dorne. Balerion y sus hermanos nunca fueron capaces de aventurarse más allá del muro.
Mirando alrededor, todo cuanto veía le transmitía una sensación indescriptible.

-Brandon Stark....- El maestre Aemon sentado a escasos metros del moribundo fuego que oscilaba entre la madera cual vela consumida, parecía observarlo a pesar de la evidente ceguera. Ojos plateados que años atrás habrían sido violetas como una amatista lo buscaban en la tenue luz . - He oído que tu hermana...ha sido desposada...

Inmediatamente ,la adrenalina invadió sus venas, recordando así el motivo por el que los hombres bebían. Al alzar la taza frente a sus labios, permitió al repugnante y salado sabor que los hermanos llamaban cerveza, mezclarse con la reconfortante sensación de una astilla clavándose en su piel.
Cerrando los ojos, su mente recurrió a centrarse en sus alrededores, buscando ka calma que requería para articular una respuesta adecuad.

El crujir de la madera ante el fuego, vencida y derrotada ante su rival.

La entrecortada respiración del viejo sentado en su silla, junto a él, un muchacho que apenas le doblaba la edad.

El silencio que nunca era profanado desde la partida de su hermana le había dejado cicatrices en el corazón, así como un temor a que Lyanna siguiera sus pasos en un futuro no tan lejano con la figura de Robert Baratheon en el horizonte, y aún así, al alzar la vista hacia el anciano maestre aquel temor que el Stark albergaba se hacía presente, como los fantasmas de los soldados caídos del muro, merodeando por los pasillos, esperando a la caída de la noche para apuñalar a sus víctimas, riendo ante la perspectiva de la muerte en vida.

-Bueno, ¿Qué esperas, dejarás que le futuro Señor de Winterfell se congele? - espetó el lobo salvaje al mayordomo de Jeor Mormont, quién tan solo consiguió asentir para deliberadamente darse a la fuga en busca de leña.

-No temas, mi madre fue honorable y gentil, al igual que Beric. Está en buenas manos. - una desdentada sonrisa supuso ser el consuelo ante la evidente realidad que afrontaba.

'Teme a los viejos con puestos donde los hombres mueren jóvenes" le había dicho alguna vez su padre. Al posar la mirada en la delicada figura del anciano, no pudo evitar cuestionar si aquel credo debía replicarse en su figura.
Su piel, delicada como la porcelana más fina tendría que haber sido apuñalada por el despiadado invierno, sobre todo en un lugar como ese, en donde los salvajes a menudo rondaban tras los árboles cercanos.

Se rumoraba que el maestre contaba ya los ochenta años, edad a la cual Lord Walder Frey parecía aspirar.
La distinción entre aquellos hombres recaía en la ceguera:

Uno ebrio de soberbia y poder. El otro de sabiduría y lealtad.

-¿Y quién era su madre, si me permite preguntar?- el joven se inclinó hacia delante, lo suficiente como para escuchar la leve carcajada que escapó de los arrugados labios de Aemon.

-Una mujer de arena...y estrellas.

Pocos eran los recuerdos que ostentaba de su madre, los dioses era crueles y con él tiempo su pasatiempo favorito consistía en borrar tiempos que alguna vez fueron dorados.

Qué curiosos son los juegos de los hombres.

Tienden a escribir sus vivencias, tan solo para permitir que las perversas se repitan.

Quizás con un poco de suerte y plegarias, esta vez sería diferente.



𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora