𝑬𝒍 𝒎𝒖𝒏𝒅𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆𝒔

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-Ha sido culpa mía, alteza - el oso valeroso se postró ante el trono, esa peculiar estructura que contradecía la simetría y perfección del septo de Baelor -Temo que olvidé...

-No es necesario, Ser Jorah-  la corte contuvo el aliento,  el parpadear de las llamas, contenidas en las antorchas pareció inmóvil ante el tan esperado sonido de aquella voz.  La voz que llevaba en sí el llamado a la batalla de mil lobos huargos, la voz que Brandon el constructor proyectó sobre los mortales para erguir el muro que protege al mundo de los hombres, la voz que venció el orgullo con tal de salvar a su gente de morir abrazada por las brasas del mismo fuego hallado en los ojos de  Aerys.

La mano que había sido levantada para denetener la protección de Jorah Mormont regresó a reposar en el brazo de la espada del Alba.

Al posar Aerys su mirada en semejante unión,  un escalofrío recorrió cada fibra de su ser,  recordando así  los fríos inviernos a los que se había sometido su tío por voluntad propia.

"Quizás una estrella ya haya caído en su vientre" había advertido Varys días previos a la celebración al mismo tiempo que permitía a su mirada vagar entre los finos pliegues de la tela que suponía ocultar sus secretos, -si es que en efecto poseía alguno.

"Todo hombre tiene secretos" 

Nyria Stark evidentemente no era uno,, no... ¿Cómo podría serlo, o tan siquiera aspirar a ser  algo más que la sombra de sus antepasados, envuelta en aquella realidad de ensueño siendo una víctima fácil para la arrogancia y la inmortalidad.
Una bella flor protegida por la ingenuidad y gentileza de la madre, cegada por la capa del desconocido, pues ante ella no se alzaba un rey digno ni sabio o poderoso. Se alzaba un hombre cuyo afán de ocultar las heridas causadas por el trono que reclamaba como el propio se disimulaba en la ropa color escarlata que había elegido para la ocasión.

-Mi rey  - El príncipe de plata fue el primero en acercarse, una profunda reverencia entre las espadas al pie del trono símbolo de su devoción.

-Tráemela, ¿Qué esperas? - un bufido bastó para que su hijo obedeciera; con una mirada algo confundida, Arthur cedió a su prometida a Rhaegar.  Aerys sonrió perversamente, sus dientes mostraban kndicios de un color amarillento,  cual oro de las minas de Tywin Lannister.

"Arthur Dayne, los dioses bendigan tu lealtad"

La doncella se sorprendió ante la diferencia del tacto, por fin entendía por qué solían decir que los Targaryen estaban más cerca de los dioses del sur.
Al rozar.sus dedos sobre la palma de la mano del joven heredero,  uncometa pareció caer sobre sus cabezas, pues de pronto en la piel de ambos  pareció arder una llama que fue extinguida al instante por una helada de origen desconocido.
Todo se equilibró.

Nyria no hizo más que mirar fugazmente ahí, donde se encontraba aquella mano que amaba la poesía y se aferraba al pasado.  En esas venas habitaba el fuego.

-Vaya, no estás hecha de hielo y escarcha... -  La reverencia que  le fue ofrecida tan solo fue apreciada por Arthur,quien a pesar de mostrarse tan inmóvil como los Targaryen que dormían eternamente, no podía evitar el reparar en la manera en que la corte no tardaría en emitir un unánime veredicto sobre ella.
La mirada de la reina siendo la única mostrando compasión por la criatura, a pesar de la ausencia de su regalo, -si es que tan siquiera ella lo había enviado- pues no sería la primera ocasión en que el rey despojara a su esposa de sus lujos .

Los motivos detrás de dichas acciones eran absolutamente repudiados por cualquiera que clama tener una pizca de honra.

-Mi rey, mi reina - la loba indomable se vió asediada por una creciente ola de murmullos a sus espaldas.

"Qué bella, que magnífica pero; ¿Cómo es posible que haya rechazado un obsequio?" La ignorancia permanecería como el castigo más grave de los hombres. En los profundo Arthur guardaba la esperanza de que su amada se hubiese percatado de lo más evidente, de eso que todo Desembarco del rey era cómplice.

-Ser Arthur- la trepidante voz de Aerys rápidamente lo postró a un lado de Nyria. -Confío en que su matrimonio sea perseverante  y en que esto no vuelva a suceder - la inquisitiva mirada del monarca se deliberaba entre esas tres figuras -  Siempre será recibido de.vuelta en la capital, su lealtad compite con las capas que me rodean y eso, es de admirar.

El caballero de ensueño agachó la cabeza, por el rabillo de ojo contemplaba a Nyria.
Sin saberlo, la joven había cambiado el curso de su destino, aunque por supuesto, Ser Arthur la habría resguardado con su alma de todas formas.

¿Habría hombre en la tierra que no lo haría? Con esa mirada rebosante de esperanza y unos labios que no derramaban nada más que los versos que narraban la historia de una tierra casi olvidada. Incluso ahora no se podía estar molesto con ella por su error.

- Nos honra, alteza pero me temo que Dorne nos espera - Arthur buscó a Nyria, su mano pronto se entrelazó en torno a la suya. - Le deseamos una larga vida al príncipe Aegon y a usted un largo reinado.

Ciertamente esa frase le generaba una sensación cada que la pronunciaba.
Solo los dioses sabrían el por qué.

Aerys asintió.

Con un monumental cuidado, se incorporó de su asiento entre la obra maestra de Balerion.

-¡LARGA VIDA A M HIJO AEGON, QUIEN VIVIRÁ UNA LARGA VIDA A SU SERVICIO, ASÍ COMO YO HE DEDICADO MI VIDA AL SUYO! - Su voz resonó entre los presentes,  aún era capaz de hacer qu3 algunos hombres lo siguieran.

Y así dió comienzo el banquete.

𝑳𝒂 𝒅𝒂𝒎𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒆𝒔𝒕𝒓𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 (ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ᴛʀᴏɴᴏꜱ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora